sábado, 17 de diciembre de 2011

UN ESPEJO VACÍO

    Eso fue lo que vio Carla cuando Marzius cruzó el vestíbulo del teatro para dirigirse a la salida. Faltaban varias horas para la función y Carla había ido a recoger las entradas para el estreno de esa noche. Quedó algo extrañada al ver la figura magra y distinguida de su amigo saliendo de una habitación cuya puerta ostentaba un cartelito que decía “Privado”. Él la saludó con su cortesía habitual, pero sin detenerse. Y mientras se alejaba con paso tranquilo, apoyándose apenas en su bastón, Carla pudo ver el vaivén de las puertas reflejado en los espejos que cubrían las paredes de la sala. Permaneció inmóvil durante unos minutos, abrumada por la confirmación de sus peores presentimientos.
-Usted no es real -le recriminó la siguiente vez que lo vio, sin poder reprimir su despecho.
Él se salió por la tangente, tratando de evadir una respuesta concreta, pero Carla lo acosó hasta que ambos llegaron a un silencio resignado. Después de esa conversación, estuvieron un tiempo sin verse. Ella no podía dejar de pensar en su abuela, muerta años atrás en una clínica psiquiátrica. 
Volvió a salir con Raúl, de quien se había alejado para cultivar esa extraña relación con Marzius. Raúl no sabía escucharla con la atención que ella requería, y era algo renuente a la hora de seguirla en sus laberínticos y fragmentarios razonamientos, pero nunca perdía el buen humor. Juntos iban al cine, al teatro, a conciertos. Intercambiaban libros, comentaban sus impresiones y raramente hacían el amor. Raúl era el único ser humano capaz de vencer, con su entrañable parsimonia, las resistencias que ella presentaba al contacto físico con otra piel. Pero cuando Raúl comenzó un año sabático, se embarcó en una gira de conferencias por varias universidades extranjeras. Carla volvió a estar sola y Marzius no tardó en reaparecer. Comprensivo, atento, melancólico.
Pensó en consultar a un psicoanalista, pero no era probable que Marzius condescendiera a dialogar desde un diván. Además, qué podría hacer un médico con un espectro del siglo XIX. Venía de una antigua familia de editores italianos y se conocieron cuando Carla acababa de publicar su primer libro. Estaba leyendo, sentada en un banco del Paseo Buschental, cuando él se le acercó. Con sus modales anticuados y un tenue acento lombardo le preguntó cómo llegar hasta el rosedal. Carla, habitualmente tímida y reservada, se encontraba unos minutos después contándole sus proyectos literarios, su infancia transcurrida en los pinares de Maldonado y su añoranza de Venecia, ciudad que nunca había conocido. Él la escuchaba con un aire vagamente distante, casi distraído, pero sin perder una sola de sus palabras.
Con el tiempo, Carla fue adaptándose a la peculiar modalidad de su amigo. Se encontraban en lugares solitarios, donde nadie pudiera verlos. Proyectaban viajar juntos a Italia, pasear por las plazas florentinas y recorrer las catacumbas romanas. Habían logrado un nivel de comunicación incomparable. Carla le leía sus textos antes que a nadie, y solía tener en cuenta las sugerencias que él, delicadamente, le hacía. Incluso fantaseaba con la idea de que Marzius, a su manera, estaba enamorado de ella. A veces le proponía trasladarse hasta el siglo XIX, para estar juntos. Los límites cronológicos no la inquietaban, siempre había creído que el tiempo era una ilusión. Él permanecía pensativo durante largo rato, como si ella estuviera planteando un problema insoluble.
Así pasaron varios meses hasta que una mañana Carla recibió una llamada de Raúl. Había vuelto y quería verla. No era difícil darse cuenta de que Raúl y Marzius eran incompatibles. La relación con uno de ellos excluía necesariamente al otro. Le habló del asunto a Marzius, que soslayó una respuesta concreta. La suya no era una amistad exigente, le dijo. Estaba dispuesto a compartirla si podían conservar algunos espacios. Por el contrario, era impensable comentarle algo de esto a Raúl. No lo entendería. Carla decidió guardar silencio. Quería conservar a Raúl y no quería perder a Marzius.
-No eres real- volvió a decirle una tarde, esta vez con menos rencor. Él sonrió, sin contestar.
Raúl terminó instalándose en su vida. Carla se sentía un poco incómoda, como si estrenara un vestido nuevo que no le sentara del todo bien. Comenzaron pasando juntos algunos fines de semana, para seguir compartiendo casi todas las noches. Ahora él estaba buscando un departamento nuevo, más amplio, donde pudieran vivir los dos. Ella no recordaba haber dicho que sí a ninguna propuesta. Es más, no recordaba haber recibido una propuesta. Le confiaba sus inquietudes a Marzius, que no parecía preocuparse demasiado. Estarás menos sola, le decía.
Carla seguía dudando, pero poco a poco fue acostumbrándose al olor del tabaco que fumaba Raúl. Incluso dejó de abrir las ventanas cada vez que él encendía su pipa. Más le costó adaptarse a su música predilecta, pero como él respetaba sus prolongados mutismos sin molestarla, ella hizo un esfuerzo sincero para tolerar a esa serie de rusos y húngaros que él apreciaba sin reservas.
A Raúl no le hacía mella el malhumor matutino de Carla, ni tampoco su cerrada negativa a festejar las navidades. Lo único que parecía preocuparlo era la existencia de Marzius. Era evidente que sospechaba algo. Esporádicamente tanteaba la situación, haciéndole preguntas sobre sus largas caminatas y ofreciéndose a acompañarla. Pero apenas ella se ponía a la defensiva, él dejaba de insistir.
De todos modos, había que reconocer que la frecuencia de los encuentros con Marzius había disminuido. Hacía casi un mes desde la última vez que se vieron, pensó Carla, mientras miraba caer la lluvia a través de la ventana.

viernes, 15 de julio de 2011

EPÍLOGO I

y de los imprevistos, el café descafeinado por tercera vez consecutiva, los riesgos implícitos en las alternativas de inversión de mayor incremento en los últimos, con los intereses más bajos afectados por los intensos fríos en cheques al portador que cualquiera puede cobrar en la ventanilla de un banco, el aire ausente de Noel y entonces cruzaste, fenómenos frecuentes en la diversificación conceptual de tu pupila azul, los más prestigiosos centros de investigación del mundo entero y no sabías, desde el punto de inflexión que yo tampoco sabía, mientras la comparación promedio de los retornos que yo te miré, los compromisos internacionales para reducir las turbulencias y sí me miraste, conformando las estructuras y/o reinvertir las utilidades en activos fijos, me dijiste, no obstante la distribución del índice suponiendo que la volatilidad se mantiene constante, te dije, inciertas burbujas que generan una especulación en cascada y te reíste, ámbitos financieros de liquidez y transparencia, la desviación estándar como criterio de una ruta que no conocíamos, el diferencial de rendimientos entre los bonos emergentes y retazos de canciones que apenas recordaba, desde los altos niveles de inversión hasta los mínimos detalles y así fue que