miércoles, 21 de diciembre de 2016

BAJO EL SIGNO DE CÁNCER (I)

                        


…cortes tomográficos de tórax, abdomen y pelvis. Contraste intravenoso y vía oral. Se comparó con estudio anterior.
Datos clínicos: cáncer de mama. Control.
Hallazgos:
Tórax:
…múltiples imágenes nodulares de sustitución parenquimatosa de pequeño volumen, difusamente distribuidas en ambos campos pulmonares, predominando en vértices y bases, con aspecto de lesiones secundarias.
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Pasé el día leyendo, recostada en el sofá. El teléfono sonó dos o tres veces pero no pude atenderlo. La quimioterapia me provoca un gran cansancio, además de un malestar permanente. Por más esfuerzos que haga, no siempre consigo levantarme. Algunas mañanas logro llegar hasta el sofá del living y allí me quedo, en camisón, descalza. Mi piel está gris y se ha cubierto de manchas marrones.
Me sangran las encías.
            ...
Persisten signos de fibrosis visualizados en estudios anteriores.
No hay evidencia de colecciones patológicas intratorácicas. No se observan adenomegalias en el mediastino.
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            Tengo sed, pero el agua me deja un sabor metálico en la boca. Lo único que puedo beber es té frío. Té de carqueja, marcela o aloe, bien frío. Los pocos alimentos que mi organismo tolera -jamón magro, arroz blanco, zapallo hervido- tienen gusto a cartón.
            Los perfumes huelen a bichos muertos.
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Abdomen y pelvis:
El hígado presenta áreas hipodensas que se realzan en su periferia con el contraste y que se interpretan como posibles lesiones metastásicas, la de mayor volumen en el segmento IV, existiendo otras áreas sospechosas de lesión en segmentos VI y VIII, que dan aspecto inhomogéneo al parénquima.
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Juana viene todos los días a las ocho. Entra con su propia llave, confirma que estoy viva, hace la limpieza y se va.
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El bazo y el páncreas no presentan alteraciones. Las glándulas suprarrenales son normales. Riñones sin signos de uropatía obstructiva. No hay alteraciones en sus parénquimas.
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Recibo llamadas de apoyo todo el tiempo. La gente me pasa datos importantes sobre nuevos tratamientos, recetas mágicas y curas milagrosas. Yo escucho con atención y tomo nota de todo lo que me dicen. Después guardo los papeles en cualquier lugar y nunca vuelvo a encontrarlos.
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Se observan además alteraciones estructurales óseas con áreas de hipodensidad que dan aspecto de lesiones líticas en vértebras lumbares y sacro y en huesos de pelvis.
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Martín está viviendo con su padre, pero algún que otro fin de semana viene a quedarse conmigo. Se viste de negro y lleva una cruz invertida colgando del cuello. Me abraza, juega con mi peluca y canta –o eructa, más bien- canciones de black metal. También se burla de los políticos que vemos en el noticiero de la tarde.
No sé cuánto sabe Martín. Yo no he sido muy explícita y él no pregunta. Sé que sabe, pero no sé cuánto.
Cuando hablamos, evita mirarme.
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En suma:
Control evolutivo con lesiones nodulares múltiples en ambos campos pulmonares.
Alteraciones en el parénquima hepático con aspecto de lesiones metastásicas.
Signos compatibles con secundarismo óseo vertebral y pelviano.
Setiembre 2007.
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Tras dos semanas de diarrea y vómitos, mi cuerpo está exhausto, agotado, exprimido. Apenas puedo mantenerme en pie. El médico me examina y decide internarme de inmediato.
En la clínica paso la mayor parte del día mirando por la ventana. Cuando alguien trata de entablar una conversación conmigo, abro un libro cualquiera y finjo leer.
Permanezco internada unos quince días, hasta que logran recuperarme lo suficiente para continuar el tratamiento.
 Después de varias dosis de quimioterapia, la metástasis retrocede. La última tomografía muestra al hígado y a los pulmones sin evidencias de secundarismos. Por el momento, claro.
Ya casi había olvidado lo que era levantarme sin náuseas, sentir el sabor de la comida, tomar una copa de vino. El pelo aún no crece, estoy pálida y me han prohibido el sol. Lo único positivo en mi aspecto más bien grisáceo es que estoy muy delgada.
Me pruebo un pantalón que hace tiempo que no uso y me miro al espejo de frente y de perfil, disfrutando de mi nueva silueta.
                                                     
                                   
                                   DOS AÑOS DESPUÉS


Un análisis detecta imágenes de concentración patológica del radiotrazador en el mediastino y en una vértebra lumbar.
Como no tengo fuerzas para afrontar otra serie de quimioterapia, me están aplicando unas inyecciones que bloquean las hormonas con el propósito de aislar las metástasis. Es una medicación que no tiene efectos secundarios ni produce ningún tipo de malestar.
 4 de marzo de 2010. En estos días tengo que hacerme una tomografía de tórax, abdomen y pelvis, para evaluar la situación.
15 de marzo. El resultado de los análisis sugiere que nunca sufriré de demencia senil. Tampoco de incontinencia senil y ni siquiera de senilidad. Es improbable que muera de un infarto o de lupus sistémico, o que enferme de esclerosis múltiple.
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Son las diez de la noche y estoy tragando, uno por uno, los comprimidos de capecitabina que debo tomar después de la cena. Se trata de unas pastillas grandes y rosadas que caen como bombas expansivas en mi estómago. Este tratamiento no produce tantas náuseas como los anteriores, pero sí un decaimiento que me impide caminar e incluso estar de pie. Apenas puedo trasladarme de mi cama al sillón del living y viceversa.
Martín está en el club, jugando al fútbol, y yo estoy mirando televisión. Dentro de unos minutos, cuando las pastillas terminen de descender por el esófago, me voy a acostar.
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Segunda pastilla del séptimo día del primer ciclo de la tercera serie, con un vaso de agua. El teléfono suena todo el tiempo pero no lo atiendo. A veces escucho los mensajes de voz que quedan en el contestador automático, o leo los mensajes de texto que me envían al celular.
Para comer hice pollo al horno con papas. No he perdido aún el apetito, de modo que trato de alimentarme lo mejor posible y así generar reservas para los momentos difíciles.
Hoy se llevaron a cabo las elecciones universitarias. Traté de ir a votar, pero después de bañarme no logré juntar fuerzas para vestirme y salir, de modo que supongo que tendré que pagar una multa.
Estoy nerviosa porque un día de éstos debo hacer un retiro bancario. Tengo dinero aún, pero es alarmante ver cómo decrece el saldo de mi cuenta. Desde que me enfermé, mi caja de ahorros sólo registra egresos.
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Martes de noche. Le estoy explicando a Martín cómo cocinar un guiso de lentejas, pero la tos me interrumpe constantemente. Es una tos breve, seca, que comenzó hace más de un mes y que supongo está relacionada con la metástasis en los pulmones. Martín se concentra en la sartén. Revuelve la salsa con una cuchara de madera, agrega algún condimento, sube o baja la intensidad del fuego.
Yo sigo tosiendo. Al final me encierro en el baño y lo dejo que termine como pueda.
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            Estoy tomando el desayuno. Un vaso de yogur y dos tostadas. Quince minutos después comienzo a tragar los tres comprimidos de la mañana del noveno día del primer ciclo de la tercera serie. Hoy vamos a ir al banco. Tenemos que sacar dinero para pagar la contribución inmobiliaria, el teléfono, la luz y la sociedad médica, y también hacer un trámite que habilite a Martín a hacer retiros por su cuenta. Espero poder mantenerme en pie el tiempo necesario para completar estas gestiones. Por suerte no hace demasiado calor, lo que me bajaría aún más la presión, ni demasiado frío, lo que resultaría incómodo. Estamos a fines de marzo, comenzando el otoño, y el clima está muy bien.
Logré bañarme y vestirme. Me puse un trajecito gris muy elegante, el único problema es que los pantalones me quedan demasiado flojos. La última vez que los usé no pasaba esto. Pensé en maquillarme, pero no quise gastar las pocas energías que me quedan mirándome al espejo, de modo que tengo un aspecto más bien sobrio. El pelo aún no se ha caído, aunque ya perdió el brillo y la fuerza. Me lo recogí en la nuca con un broche de carey, para estar más cómoda.
Martín está explorando las potencialidades del estilo trash (¿o thrash?). No del trash original, sino de una versión propia. Su ropa no es inadecuada para vagar durante la noche por la Ciudad Vieja, pero es imposible que vaya vestido así al banco. Se lo digo, se ofende, protesta, hasta que al final accede a normalizar un poco su aspecto.
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Por estos días he decidido no pensar. No pensar en el futuro, ni en el pasado, ni en mis aciertos, ni en mis errores, ni en lo que debería o no debería hacer o haber hecho, ni en las estadísticas, ni en las probabilidades a favor o en contra. No es fácil para mí no pensar, pero como ejercicio es entretenido. Concentrarme sólo en el aquí y ahora, en lo denotativo, lo cotidiano, lo literal. Por ejemplo: está hirviendo el agua, son las diez y diez de la mañana, espero que el mate no me cause acidez de estómago, tomo la tercera pastilla rosada, suena el teléfono pero no lo atiendo, ahora suena el celular y tampoco lo atiendo, tengo que comprar gelatina de manzana para el desayuno, abrir la llave del gas y meter la cabeza en el no, esto no, revisar la cuenta del almacén, hacer el pedido a la farmacia, pelar las papas para el almuerzo.
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Son las cuatro de la tarde y acabo de levantarme. Desayuné un pedazo de torta de carne que sobró de ayer. Hago un relevamiento de la cocina y anoto que faltan galletitas, salsa de soja, bananas -que tienen mucho potasio-, leche descremada, arroz parbolizado y otras cosas. Debería ir al supermercado para un reabastecimiento, pero no tengo ganas de salir. Sobre todo porque antes de salir debería vestirme y lo que es peor, peinarme. El pelo aún no se ha caído, pero ya perdió el brillo y el movimiento natural. Pasar un peine tal vez provoque el desprendimiento de algunos mechones y aunque tengo una peluca y varios pañuelos y boinas, no me siento con ánimos para enfrentar esa situación. Prefiero encargar lo más indispensable a un pequeño almacén que está a pocos metros de aquí. También tengo que llamar a la farmacia y pedir una crema especial para las palmas de las manos y los pies, que comienzan a despellejarse a causa del tratamiento.
Encontré un virus en la laptop. Un virus no muy peligroso llamado cookie o algo así. Le pasé el Norton y quedó en cuarentena. Séptima y última pastilla por hoy.
Una de las cosas que más extraño en estos días es el mate, pero el mate y la quimio no combinan bien. Compré una yerba extra suave que no ataca el estómago ni altera los nervios, pero aun así la sensación del agua caliente atravesando la garganta y bajando por el esófago no me resulta agradable.
Me duele la pierna derecha por la inyección que me aplicaron ayer. Estas inyecciones homeopáticas refuerzan mis defensas, me ayudan a tolerar los efectos negativos de la medicación y en las series anteriores me permitieron recuperarme después de terminado el tratamiento. Recuperarme de las diarreas, los vómitos, la deshidratación, la pérdida de peso, de potasio, de magnesio, etcétera.
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No pegué un ojo en toda la noche, recién comencé a dormitar a eso de las siete de la madrugada. Primera pastilla del undécimo día del primer ciclo de la tercera serie, con un sorbo de agua. Acabo de desayunar un sándwich de jamón con un vaso de leche y estoy de muy mal humor. Tengo que ir al supermercado, donde me espera la propaganda anti tabaco. Es una propaganda que nos recuerda a los enfermos de cáncer que vamos a sufrir una agonía lenta y dolorosa. Los carteles están dispuestos en torno a las Cajas, de modo que es difícil eludirlos.
Antes de salir, me peino con extremo cuidado. Hasta ahora no he perdido ningún mechón de pelo.
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Múltiples imágenes nodulares pulmonares a nivel bilateral con franco predominio derecho. No hay áreas de consolidación, enfisema ni bronquiectasias. No vemos colecciones pleurales.
Adenomegalia paratraqueal alta a derecha y a nivel de la ventana aorto pulmonar.
Hígado de forma y tamaño habitual con múltiples lesiones hipodensas difusamente distribuidas en ambos lóbulos, compatibles con secundarismo.
Conclusiones:
Imágenes nodulares pulmonares y hepáticas, posiblemente correspondientes a secundarismo.
Adenomegalias mediastinales.
15 de marzo 2010.
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Comprimido número dos del día doce del primer ciclo de la tercera serie. Me quedan dos días de esta etapa, o sea, hasta el jueves incluido. A continuación descanso una semana, hago un hemograma de control, veo a mi médico y comienzo el segundo ciclo.
Después de casi cuatro años de usar exclusivamente ropa negra, Martín se compró una camiseta blanca. Ahora se la está probando frente al espejo, desconcertado. Dice que fue un impulso que no sabe cómo explicar.
Hoy vence la cuota de los gastos comunes. Este año tengo dos agendas, una negra y una roja, que trato de usar simultáneamente porque no pude decidir con cuál de ellas quedarme. En la negra anoto los asuntos médicos y en la roja todo lo demás, lo cual es bastante absurdo y requiere doble trabajo.
He vuelto a tomar mate. Decidí que el ardor de estómago que provoca es tolerable y se compensa con el beneficio de ayudarme a ingerir la cantidad de líquido necesaria para ir eliminando los residuos de la medicación. Además, me revitaliza un poco. Esto tal vez es imaginario pero funciona.
Tendí la cama por primera vez en varios días.
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Son las nueve de la mañana. Martín y yo estamos sentados en el balcón, pesando los pro y los contra de ir al supermercado de Avenida Italia en lugar del más pequeño de la calle Tacuabé. El primero tiene más ofertas pero es demasiado grande para que yo pueda recorrerlo a pie, mientras que el segundo me provoca una sensación de encierro que se parece a la claustrofobia. Las verduras son más frescas en el primero, la carne es mejor en el segundo, el primero tiene una farmacia en la que puedo comprar algunas cosas que preciso, pero esas cosas también las puedo pedir por teléfono a la farmacia de la esquina, de donde me las traen en quince o veinte minutos sin costo adicional.
Pasamos el resto de la mañana definiendo otras prioridades. ¿Brócoli o espárragos? ¿Huevos de Pascua o duraznos en almíbar? Yo me inclino por los duraznos, Martín por los huevos. ¿París o Egipto? Acordamos que cuando me recupere, iremos al Louvre a ver momias egipcias. Las pirámides las dejaremos para más adelante.
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Estoy tomando un licuado de banana con leche. Dentro de unos quince minutos empezaré a tomar las tres pastillas que siguen al desayuno. Falta sólo un día para terminar este ciclo y aún no se me ha caído el pelo, ni tengo diarrea, ni me bajó la presión.
Además del pelo, con la quimio suelen caerse también las pestañas y las cejas. Pienso comprarme un grueso delineador negro para resaltar mis ojos cuando eso suceda.
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…función sistólica del ventrículo izquierdo normal, normal, normal, normal, derrame pericárdico posterior.
Busco esto último en google y encuentro que la etiología más frecuente del derrame pericárdico es maligna, dentro de la cual el cáncer de pulmón (40%) y el de mama (23%) son los más comunes.
Me parece que estoy mejor de la tos. No estoy segura, pero creo que hoy he tosido un poco menos.
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Pasé la mañana en el balcón, el tiempo está espléndido. Hace ya cuatro meses que nos mudamos a este apartamento en el Parque de los Aliados, creo que ahora le dicen Parque Batlle. Estamos justo frente al Hospital Italiano, a pocos metros del obelisco y a una cuadra de la Terminal Tres Cruces.
Es un apartamento de apenas sesenta metros cuadrados, pero muy cómodo. Lo mejor es que tiene servicio de portería las veinticuatro horas del día los trescientos sesenta y cinco días del año, de modo que si Martín no está y yo me veo obligada a pedir una ambulancia, sé que habrá alguien para abrir la puerta. Me pregunto si una silla de ruedas cabrá en estos ascensores tan pequeños. Una camilla seguro que no.
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Duermo toda la tarde, me levanto y me encierro en el baño a vomitar. Después de un rato, salgo con el rostro muy pálido y los ojos rojos. Sin mirarme, Martín me pregunta si estoy bien. Le contesto que sí, claro.
Sé que le estoy exigiendo mucho, pero también sé que él puede responder. Si no lo creyera capaz de sostener esta situación, no se lo pediría.
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Jueves de abril, último día del primer ciclo de capecitabina. Ahora viene un descanso de una semana, un hemograma de control y, si todo sale bien, una nueva dosis de docetaxel, una de trastuzumab y otros catorce días consecutivos de capecitabina.
Aún no se me ha caído el pelo y aunque me siento siempre cansada, creo que he pasado esta prueba bastante bien. He mirado mucha televisión, sobre todo series cómicas.
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Uno de los sensores de luz del pasillo, el que está entre los ascensores y la escalera de incendios, no funciona. Acabo de llamar a la administración para quejarme y una chica muy amable me prometió que hoy sin falta lo arreglarían.
Martín hizo tallarines para el almuerzo, yo los comí con queso y él con aceite de oliva. También ordenó su cuarto y lavó su ropa. Después salió a correr por el parque.
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 Anoche robaron una camioneta estacionada en la puerta del edificio. Ya pagamos la tercera cuota del seguro del auto y está por llegar la factura de UTE.
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Martín está engripado y eso lo tiene de mal humor. Su gripe ha restablecido el equilibrio de poder en nuestra relación. Hoy él es el enfermo y yo la encargada de cuidarlo. Le tomé la fiebre, le preparé el mate y le tendí la cama.
Me aparecieron unas manchas rojas en las manos.
Hace un rato salí a la calle y fui caminando hasta la panadería. Dos cuadras de ida y dos de vuelta. Compré una rosca con chicharrones para nosotros y unos bombones para el portero, que por estos días está cumpliendo doble turno.
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Martín sigue resfriado. Estornuda y tose todo el tiempo, sus ojos están rojos e hinchados y ha perdido el apetito. Como yo me siento un poco mejor me dedico a cocinar y a ordenar el apartamento, plancho algo de ropa y hago una ensalada gigante con lechuga, zanahoria y tomate.
Una de las manchas de mi mano izquierda sigue creciendo. Hoy amaneció cubierta de una fina cáscara color púrpura. Además, me pica.
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Insuficiencia renal o hepática, hemorragias o alteraciones de las variables de coagulación, cardiotoxicidad, infarto agudo de miocardio, anorexia, astenia, vómitos, ¿eritema acral?, ulceración de las mucosas…
Algunos de los posibles efectos secundarios de la medicación.
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Pasé casi una hora maquillándome frente al espejo. Después de todo tipo de pruebas llegué a la conclusión de que el exceso de máscara de pestañas, delineador, sombra, rubor y lápiz labial sólo consigue hacer más evidentes los estragos causados por el tratamiento, de modo que terminé por lavarme la cara con agua y jabón.
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            Recibí una llamada de Fran. Conversamos un rato, muy civilizadamente.
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Martín se levantó mejor y se fue a correr por el parque. No creo que sea lo más saludable después de una gripe tan fuerte, pero no dije nada. Estoy acostada en el sofá, releyendo el último capítulo de Persuasión, de Jane Austen. No he leído mucho en las últimas semanas, tengo la vista muy débil y se me entreveran las letras. A veces tiro para mí misma las cartas del Tarot, ayudada por un manual que me explica el significado de cada figura según el lugar en el que cae. Hago preguntas muy sencillas, como qué ropa ponerme el miércoles próximo para ir a la consulta con el médico, y salen respuestas como “un nuevo empleo, tal vez casual, apunta hacia un nuevo curso de acción”.
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Son las cuatro de la tarde y aún estoy en camisón. Las manchas rojas de mi mano izquierda siguen creciendo y cada vez pican más. La tos, que había disminuido, ha vuelto con mayor intensidad. Sólo puedo controlarla acostándome sobre mi lado derecho y respirando muy lentamente. Así me quedo unas dos horas, quieta, sin agitarme, dejando ingresar apenas un poco de aire en mis pulmones, hasta que me siento mejor.
Hoy no tuve que tomar ninguna pastilla.
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…desarrollan nueva terapia para evitar la metástasis del cáncer de mama / la combinación de una molécula con anticancerígenos podría aumentar la eficacia de los fármacos / develan los mecanismos que permiten a los tumores burlar las defensas / identifican una proteína que evita el desarrollo tumoral en determinados tipos de moscas / científicos suecos descubren por qué es tan difícil encontrar un tratamiento eficaz contra el cáncer / un derivado del brócoli podría frenar el avance de / un estudio avala la eficacia del lapatinib como tratamiento contra / científicos tailandeses aíslan una molécula que / el té verde podría bloquear algunos tumores / una vacuna detiene desarrollo de metástasis en ratones de laboratorio / decodifican genoma del cáncer / los suplementos de espárragos se revelan aptos para / el consumo excesivo de tomates sería la causa de /
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Estoy molesta con Martín porque compró galletitas de sésamo, que tienen mucho calcio, en lugar de galletitas de amapola, que son las que más me gustan. No digo nada, pero me resisto a comerlas.
El teléfono ya casi no suena, ahora recibo emails.
Me paso crema de ordeñe en las plantas de los pies, para prevenir la aparición de ampollas. El pelo ha comenzado a caerse, pero en forma tan pareja que aún puedo salir a la calle sin tener que ponerme un pañuelo o una boina.
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            Martín sigue resfriado. Como yo me siento mejor, nuestra correlación de fuerzas ha cambiado en su beneficio. Ahora él elige la comida y maneja el control remoto del televisor. Cada tanto estornuda y disemina agentes patógenos por toda la casa. Se lo hago notar pero no me contesta.
Fui a sacarme sangre para un hemograma. Contra todas mis expectativas, la extracción fue impecable.
Hoy casi no tosí.
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Desde que decidí no pensar me siento mejor.
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Tengo consulta con el médico. Es un control previo al segundo ciclo de quimio, que debe comenzar el viernes.
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Puse a hervir unos fideos para el almuerzo y me olvidé. La cosa no llegó a mayores, por suerte, ya que Martín sintió el olor a quemado antes que la cacerola se fundiera y salvó la situación. No pudo salvar los fideos, lamentablemente.
Este viernes tengo que estar a las ocho y media en el Hospital para la segunda dosis de quimio. La prudencia indica que no debo ir sola y la capacidad de abnegación de Martín tiene límites muy concretos, de modo que debería llamar a alguien del servicio de acompañantes. No me gusta conocer gente nueva ni quiero molestar a mis amigas, todas trabajan y tienen vidas muy ocupadas.
Le prohibí a Martín que escuchara música sin auriculares. Le hablé de mis derechos, de los derechos de los enfermos en general, de los efectos adversos de la contaminación acústica y de otros etcéteras. Tal vez exageré un poco, espero que no me haga demasiado caso. Salió a comprar auriculares y volvió con un CD de música new age para mí.
Ahora está en la cocina lavando vasos y eructando una canción de Guns and Roses. Cuando era chiquito podía eructar el alfabeto entero y también las tablas de multiplicar.
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Hoy me tocó la segunda dosis de quimio. Martín me acompañó y y se quedó durante las tres horas que duró el proceso. Me siento bastante bien, estoy mirando televisión mientras una colita de cuadril se cocina en el horno.
Dexametasona y ranitidina antes del desayuno. Posibles efectos secundarios: disminución de la visión o visión borrosa, nerviosismo, mareos, cefaleas, aumento de la presión sanguínea, molestias gastrointestinales… Poca cosa.
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Me siento muy bien, lo que no deja de asombrarme.
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Estamos haciendo planes para cuando yo me recupere. Quisiéramos ir a Londres a pasar la Navidad bajo nieve, después quedarnos un mes o dos en una cabaña en algún bosque de Finlandia, o de los Pirineos, o incluso de Canadá. Con un buen equipo de música, Internet, televisión y algunos libros. Suponemos que los finlandeses estarán dispuestos a hablar un inglés accesible para nosotros.
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 Vino una amiga de Martín a verlo. Se encerraron en su cuarto durante horas, escuchando música. Ella es muy bonita, usa el pelo largo y lacio y viste de negro de la cabeza a los pies. Se llama Laura, como yo.
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Mi pelo terminó de caer, lo puse en una bolsita y lo tiré a la basura. Por suerte Martín estaba en el club jugando al básquetbol y no tuvo que presenciar el proceso. Cuando volvió yo ya estaba con un turbante azul.
Sé que algún día Martín me odiará por todo esto. Por tantos años de enfermedad y agonía. No será un odio permanente, sólo diversas etapas de resentimiento, frustración, disgusto y rencor que finalmente pasarán.
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Décimo día del segundo ciclo de la tercera serie. Estoy tomando los cuatro comprimidos rosados que siguen a la cena. Los alimentos están perdiendo su sabor y comienzan a parecer algo así como papel. El agua me deja un gusto metálico en la boca. Por suerte no tengo náuseas y nada me cae mal. Tampoco tengo hambre, estoy comiendo sólo por disciplina.
Undécimo día del segundo ciclo de la tercera serie. Abro las ventanas y Martín las cierra, discretamente. Así nos hemos pasado todo el domingo. El síndrome palmo plantar avanza, me duelen las plantas de los pies cuando camino y las palmas de las manos se están despellejando. No sé si podré ponerme zapatos para ir al médico o tendré que usar pantuflas. Tengo los labios cuarteados y sólo tolero líquidos fríos. Suspendí mi sesión de acupuntura y también la de reiki.

               DOS MESES DESPUÉS (MÁS O MENOS)

Miércoles. Voy por el quinto ciclo de quimio, tercera serie. Los marcadores tumorales en la sangre han descendido a la cuarta parte. Esto sugiere que el tratamiento está funcionando, pero sus efectos secundarios y adversos se van acumulando en el organismo y se hace cada vez más difícil lidiar con ellos.
Acabo de ingerir un esbozo, o una propuesta, o una ilusión de almuerzo. La comida ya no tiene sabor a cartón sino a bilis. A bilis saben también la pasta de dientes, los enjuagues bucales, mi saliva, mi aliento, el agua, la coca cola, el pan, las pastillas de menta e incluso las mandarinas.
Siento la tentación de tirar a la basura los comprimidos que debo tomar. ¿Quién se va a enterar?
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Martín vino anoche con otra amiga. Una joven de origen japonés, grácil, de rasgos delicados y cutis de porcelana. No recuerdo su nombre.
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Cuarto comprimido de capecitabina después de la cena. Mi primera serie de quimio fue en el 2005, la segunda en el 2007 y ésta, la tercera, en el 2010. El cáncer retrocede, se mantiene latente un tiempo, y regresa.
Me lavo los dientes, me paso una crema de limpieza por el rostro, me pongo un camisón azul y me meto en la cama acompañada de una antología bilingüe de Emily Dickinson. Al rato la cambio por una novela policial.
Creo que hoy he tosido un poco menos que ayer.
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Las uñas de mis manos se cayeron, una por una, a raíz de una infección provocada por un estafilococo áureo. Ahora están comenzando a crecer de nuevo, pero todo el proceso ha sido incómodo y bastante antiestético. Por suerte estamos en invierno y cuando salgo de casa puedo usar guantes.
Tuve consulta con el médico. Me mandó hacer una tomografía y un centellograma óseo. También dejó entrever la posibilidad de continuar unos meses más con el tratamiento.                Tengo dolor de garganta, tos y aftas en la boca. Las aftas son unas repugnantes ampollas en la lengua y en el paladar, que producen un ardor intolerable y me quitan las ganas de comer y de beber. Hasta lavarme los dientes es un problema.
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Hoy pasé todo el día en la cama, a oscuras. Martín está muy abatido, pero logré convencerlo de que fuera al club a jugar al fútbol.
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Un intenso dolor en los oídos me recuerda que estoy viva. Debería comer algo, pero no tengo hambre. Mañana a las quince y treinta me hacen la tomografía de abdomen y pelvis. Desde ayer estoy haciendo un régimen de comidas que prohíbe la harina, las papas, los boñatos, las lentejas, las frutas y verduras crudas y las gaseosas. También tengo que tomar laxantes y antialérgicos. Martín está en el club jugando al basquetbol. A la vuelta va a pasar por la fábrica de pastas a comprar ñoquis porque hoy es veintinueve.
Veintinueve de julio, hace una semana que terminé la quimio.
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…cortes tomográficos de tórax, abdomen y pelvis con tomógrafo multicorte... Se comparó con estudio previo. Se administró contraste intravenoso.
Datos clínicos: control post tratamiento. Neo de mama.
Hallazgos:
Tórax:
Actualmente no se observan imágenes nodulares tumorales en el parénquima pulmonar.
Se evidencian tractos densos de aspecto secuelar en la base de ambos pulmones.
No se observan adenomegalias mediastinales. No hay derrame pleural. Pequeño derrame pericárdico.
Abdomen y pelvis:
Hígado de forma, tamaño y densidad habituales, observándose la desaparición de las lesiones tumorales evidenciadas en el estudio previo.
Múltiples lesiones sustitutivas óseas en el raquis dorsal y lumbosacro, sin invasión del canal.
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Martín salió anoche con Santiago y aún no ha vuelto. Hace un rato me envió un mensaje de texto diciendo que se quedó a dormir con alguien en alguna parte. Yo pasé una noche horrible. Me duelen los oídos, sigo resfriada, me sangran las encías, sufro de insomnio, aburrimiento y desesperación.
El pronóstico del tiempo indica para hoy una temperatura máxima de ocho grados y una mínima de dos. Son las doce del mediodía y tengo todo el domingo por delante. No quiero salir, no quiero ver a nadie, leer me da jaqueca y la televisión me aburre. La próxima vez que tenga que hacer un tratamiento, voy a aprender a dibujar. En hojas blancas y con lápiz negro, sin colores. Podría bordar, también, o cocinar.
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Martes. Estuve ordenando mi escritorio. Lo primero que hice fue juntar todos los medicamentos autorrecetados que he estado tomando en los últimos días. A continuación los puse en una bolsita naranja y los tiré a la basura. Antigripales, antiácidos, relajantes musculares, antipiréticos, jarabes para la tos, comprimidos de potasio, gotitas para los oídos, antialérgicos y laxantes. A la basura todos. Después lavé la cocina, barrí el living y los dormitorios y planché algo de ropa.
Martín está en la práctica de aikido.
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En griego, cáncer significa cangrejo. Yo lo imagino como una tarántula. Una tarántula que pasea por el interior de mi cuerpo, buscando un órgano donde instalarse para después comenzar a devorarlo lentamente. No sé si la tarántula volverá a caminar o no, pero sí sé que nadie se cura para siempre.
Se trata sólo de vivir un poco más, lo mejor posible. La salud es una ilusión, un acto de fe. Una decisión personal, diría.
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            Entre la menopausia y las antihormonas que he tomado en los últimos años, temo seriamente por mi identidad de género. La calvicie no contribuye a levantarme el ánimo.
            Me miro al espejo y tras un análisis minucioso compruebo que el pelo ha crecido algo así como un milímetro. 
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            Ayer cumplí cincuenta y un años. Cuando me encontraron el tumor maligno en el pecho tenía cuarenta y cinco.
Fue a fines de mayo. Recuerdo que el ginecólogo leyó el resultado de los análisis, me miró a los ojos y tragó saliva. Quince días después me operaron.
            La operación fue un éxito, pero tras darme el alta tuvieron que volver a internarme a causa de una infección. No recuerdo cuánto tiempo estuve en la clínica, todos los días eran iguales y yo tenía fiebre. Apenas me recuperé, comencé mi primer tratamiento de quimioterapia. A eso siguieron unas veinte o veinticinco sesiones de radio.
…conclusión histopatológica / resección cuneiforme y vaciamiento de axila / carcinoma ductal infiltrante de la variedad NOS / émbolos carcinomatosos en espacios hemolinfáticos / macrometástasis submasiva / componente intraductal de alto grado / émbolos carcinomatosos en linfáticos aferentes de la cápsula ganglionar / atentamente / 13 de julio de 2005”.
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No sé qué día es hoy. Viernes, sábado, tal vez domingo. Todos los días se parecen, grises y lluviosos.
Ahora que pasó lo peor, que acabo de ganar una batalla que puede asegurarme unos meses, quizá unos años, de sobrevida, me siento tan cansada que no tengo fuerzas ni para pensar. El gran propósito era detener el avance de las metástasis. ¿Y ahora? Ahora mi situación es óptima, dado el contexto. Es decir que estoy en la mejor condición posible teniendo en cuenta que padezco de un cáncer en estadio IV. Aunque la enfermedad esté en un período de remisión, lo cierto es que no existe una curación absoluta. Tarde o temprano, el cáncer volverá a avanzar. Eso significa que tengo, o puedo tener, unos años de vida por delante. Tiempo suficiente para concretar algún proyecto, siempre y cuando antes logre formularlo.
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Me levanté con un poco menos de tos. Ahora estoy sentada en el sillón del living, tomando mate y escribiendo. En la cocina hay una torre de platos sucios y en el baño una montaña de ropa para lavar. Si decidiera hacer algo, lo que no es probable, no sabría por dónde empezar. Sobrevivir era un desafío tan absorbente, tan demandante, tan abrumadoramente inalcanzable, que ahora que lo logré me siento vacía.
A veces pienso que Martín y yo estamos descolgados de la realidad. Me refiero a la realidad cotidiana del resto de la gente. Las obligaciones diarias, el trabajo, los estudios, los pequeños placeres e inconvenientes de cada jornada.
Es como si nos hubiéramos caído de un tren en marcha y no pudiéramos volver a subir.
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Mientras tomamos mate y comemos bizcochos, le propongo a Martín vender este apartamento y comprar una casita en un balneario. Noto que no se muestra muy entusiasmado. Para convencerlo, le prometo que podrá tener una batería en su dormitorio y tocarla a cualquier hora del día.
También podríamos tener un perro, agrego. Un ovejero alemán, por ejemplo, o un labrador.
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Las once de la mañana. Hace quince días que terminé el tratamiento. A esta hora solía tomar los tres comprimidos que seguían al desayuno. Durante varios meses, de marzo a julio, estuve aferrada a esa rutina concreta.
La enfermedad ha sido una compañera estable. Mi meta ha sido cuidarme y ganar tiempo. Cualquier tiempo. Una semana, un mes, un año, una hora. Me habitué a no pensar nunca en el futuro. Y aunque las estadísticas indican que probablemente moriré de cáncer, calculo –me permito calcular- que no será enseguida.
En los años que me quedan puedo morir en un accidente aéreo, tener un infarto o contraer el sida. ¿La vida eterna? No estoy segura de querer pasar tanto tiempo conmigo misma.
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Hoy volví a manejar. El auto, tras varios meses sin moverse del garage, no quería arrancar. Tuve que llamar al auxilio. Después fuimos al supermercado, compramos todo lo que se nos antojó y gastamos una barbaridad.
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Necesito desesperadamente un proyecto. Hoy me pasé el día tirada en la cama, bocarriba, con la mirada fija en el cielorraso. Ya no tengo tos, ni estoy resfriada, ni me duelen los oídos. Puedo comer cualquier cosa, nada me cae mal. Tomé una copa de vino tinto y apenas sentí una leve sensación de acidez en el estómago.
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25 de agosto, feriado. Martín está insoportable y yo también. Cocinamos unos ravioles de verdura pero no llegamos a comerlos, yo porque no tenía queso parmesano para acompañarlos y Martín porque por algún motivo perdió el apetito. Ahora estoy sentada junto a la ventana de mi dormitorio, mirando pasar los autos por el bulevar. En unos minutos conté diez autos negros, catorce taxis y ocho ómnibus de Cutcsa. Martín está en la cocina, hablando solo. Una luxación de su dedo meñique le impide por unos días jugar al básquetbol.
Podría anotarme en un taller de plástica y comenzar a pintar al óleo. O hacer un curso de cocina, o de corte y confección. También podría buscar un empleo. A mi edad, con un título en Humanidades y un cáncer con metástasis varias, mis posibilidades son muy escasas.
El objetivo ahora es estar viva para festejar la Navidad. Parece una meta viable y si logro concretarla me plantearé llegar hasta agosto para festejar mi cumpleaños número cincuenta y dos. De la Navidad a mi cumpleaños, de mi cumpleaños a Navidad, así he sobrevivido los últimos cinco años.
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Observando con ojo crítico, debo reconocer que el apartamento está un poco desordenado. Hay ropa de Martín colgando de las sillas del living, zapatos tirados en el corredor que va a los dormitorios, cáscaras de mandarina en mi mesita de luz. Además de libros, en los estantes de la biblioteca hay llaves, papeles sueltos, un candado, mi celular, cajas de medicamentos, el control remoto del televisor, los palos de la batería, monedas, cuentas para pagar, botones. Todo lo que no sabemos dónde apoyar termina en la biblioteca.
Si miro con ojos no tan críticos, nuestro hábitat resulta bastante agradable. Martín se inclina por un desorden confortable en los espacios comunes y un caos absoluto en su dormitorio, al que tengo prohibido entrar. Yo oscilo entre el concepto de orden que tenía mi madre, bastante laxo por suerte, y las nada laxas obsesiones de las mujeres en general. Para alguna de mis suegras, el brillo del parquet o de las cacerolas era una cuestión de vida o muerte. Lo mismo sucedía con la transparencia de los vidrios, y una mota de polvo en un rincón podía desencadenar una crisis de autoestima.
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…cavidades cardíacas de dimensiones normales, válvula mitral de morfología y motilidad normal, válvula aórtica con tres sigmoideas de motilidad normal, normal, normal, función sistólica del ventrículo izquierdo conservada, mínimo derrame pericárdico posterior, saluda atentamente…”
Un ecocardiograma de control. Es una exigencia del Fondo Nacional de Recursos para seguir proporcionándome el trastuzumab. El trastuzumab es un medicamento compuesto por anticuerpos monoclonales que impiden, bloquean o al menos enlentecen el desarrollo de las células cancerígenas y su proliferación en el organismo. Tengo que darme una dosis intravenosa cada tres semanas. Me informaron que el trastuzumab puede provocar problemas al corazón, algo así como dificultar la función sistólica de los ventrículos.
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Estoy tratando de construir una nueva rutina. Una rutina que no gire en torno a los medicamentos y los análisis. La quimioterapia terminó hace ya varias semanas. Me fijo en el almanaque y compruebo que en la noche del veintidós de julio tomé el último comprimido. Estamos a cinco de setiembre y ya no necesito ponerme una boina para salir a la calle.
Martín está saliendo con otra chica. No se llama Laura, tiene algunos años más que él y es profesora de literatura. Aún no la conozco.
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El último hemograma dio resultados impecables. A fuerza de comer bifes de hígado y guisos de lentejas, pude superar la anemia que me aquejaba. Mis pestañas y mis cejas crecen con exasperante lentitud. Me contemplo en el espejo varias veces al día sólo para constatar que, al menos, crecen.
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Domingo. Pasé toda la mañana ordenando el ropero. Saqué la ropa de media estación y la puse a ventilar en la terraza. Las cosas de invierno las guardé en los estantes más altos. Después me bañé y me vestí para ir al supermercado a hacer las compras de la semana, pero cuando estaba por salir me sentí tan cansada que volví a acostarme y pasé la tarde durmiendo. Ya era de noche cuando logré levantarme otra vez. No tengo jabón de tocador ni productos de limpieza, la heladera está vacía y no queda agua mineral. No me gusta beber agua de la canilla, no confío en la limpieza de las cañerías. Después de mucho pensarlo, decido abrir una botella de Malbec que alguien nos regaló hace un tiempo.
Durante la cena, le hablo a Martín acerca de un proyecto que está comenzando a darme vueltas en la cabeza. Puedo notar que trata de disimular un bostezo, pero no me ofendo.
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Conium, lachesis, aloe, dos centímetros cúbicos en ayunas. Marrubio, tres gotitas en un poco de agua antes del almuerzo. Lachesis, aloe, lycopodium, un centímetro cúbico a las cinco de la tarde. Otra vez marrubio antes de la cena.
La curación no existe. Todo se reduce a vivir un día más, y la decisión de vivir hay que volver a tomarla cada mañana.

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