martes, 19 de octubre de 2021

UN DÍA, OTRO DÍA

 

 

Una escalera caracol que conduce a un amanecer en Malgrat. El aroma del café. Martín está en la cocina, preparando el desayuno mientras yo me levanto. Tres pastillas rosadas. Un viento de primavera entra por la ventana abierta, sacude las cortinas y entrevera los papeles del escritorio, páginas y páginas repletas de letras desordenadas. El avance de los ácaros que habitan en el polvo doméstico, el nervio ciático que no me deja caminar, ni sentarme ni acostarme, las cosas que se escapan de los cajones y se desparraman por toda la casa, la puerta del lavadero que ni cierra ni abre. La lista de las compras, una cucharadita de bicarbonato de sodio en medio vaso de agua, el pago interminable de las facturas del mes.

Con el almuerzo, cinco pastillas blancas para pacientes con metástasis en progresión.

Después, una caminata por el parque, el sol de la tardecita en el balcón, la gata que se despereza, las campanadas de las siete, un tazón de chocolate y un pedazo de pastafrola. El informativo de la noche en pantuflas, las hileras de autos que se desplazan por el bulevar llevando a la gente de regreso a casa, una ronda de mensajes entre viejos amigos, cuatro pastillas rosadas. Una ducha caliente, crema hidratante en las mejillas, un camisón abrigado, los lentes para ver de cerca y una novela.

 

miércoles, 7 de julio de 2021

Una ligera nostalgia

           La cicatriz bordada en mi piel, una trenza de hilo nacarado en el cuadrante superior derecho, células que un buen día se desconectan del resto y comienzan a multiplicarse sin ton ni son. La muerte lenta del cáncer o la muerte más lenta de los tratamientos contra el cáncer o la muerte aún más lenta que traen los años. Un tiempo flotante, espectros que van y vienen, el recuerdo apacible de tardes que tal vez no sucedieron. Imágenes aisladas que se van deshilachando. Los ravioles caseros de la tía Hortensia, la mermelada de arándanos de la abuela Irma, las berenjenas a la parmesana de los jueves de invierno. El taco de mis sandalias contra el piso de porcelanato brillante, los espacios en blanco de una agenda, encuentros y desencuentros que se rigen por el factor incertidumbre, copas con restos de vino blanco y burbujas en el aire. La cotización del dólar interbancario, una silla ergonómica tapizada de azul y un escritorio propio. Una ráfaga de viento que me da vuelta el paraguas -un paraguas chino que compré a un precio irrisorio en un puesto callejero- y me deja desamparada bajo la lluvia torrencial en una esquina de la Ciudad Vieja, la señora Pérez quejándose de la humedad y de la ingratitud de los hijos mientras plancha el vestido que voy a usar esa noche, una sala de conferencias, las múltiples caras de la misma moneda, un incierto signo de interrogación. Años y años a contraluz. Pasos en el corredor, un reloj que marca las tres menos cuarto, el catéter en el dorso de mi mano izquierda, una ligera nostalgia y rústico el olor del eucaliptus…