-Noventa y pico. La última de su generación.
Maite consulta el reloj y acelera
para ganar tiempo. Mañana se toma el avión de regreso y todavía tiene que armar
las valijas. Yo miro el cuentakilómetros y reprimo la tentación de comentar,
por tercera vez, que la ruta siete es peligrosa y traicionera, además de
angosta. Sobre todo para alguien como ella, acostumbrada a desplazarse por las
autopistas del primer mundo.
- Hasta el viejo
Chispa se fue…
Estamos
volviendo de la frontera. Fuimos a ver a una de nuestras tías, en nombre de
toda la familia. A pedirle autorización para vender esas cuadras de campo en
las que ella ha vivido desde siempre. Un pedazo de tierra situado a cinco
leguas del pueblo más cercano que, según los intrincados trámites sucesorios
que los escribanos han estado analizando, no es enteramente suyo. De acuerdo a
los papeles oficiales, pertenece a varias generaciones de parientes dispersos
por todo el país.
Campo
ganadero. Buen casco. Mangas de piedra. Aguadas naturales.
Ya hemos
armado el aviso para colgar en Internet. En realidad, en ningún momento Constancia
nos contestó que sí, pero como tampoco dijo que no, Maite y yo decidimos
interpretar que, en términos generales, estuvo de acuerdo con la propuesta de vender.
O al menos, no presentó objeciones concretas.
Pasamos casi
toda la tarde con ella, explicándole la situación. No fue un diálogo fácil. Por
momentos nos observaba atentamente, con curiosidad, y por momentos se
desentendía de nosotras, actuando como si no estuviéramos ahí. Demoraba varios
minutos en contestar a nuestras preguntas, haciendo largas pausas entre una
frase y otra. Cada tanto hacía comentarios que no tenían conexión con lo que
estábamos hablando. Referencias a épocas lejanas y a gente que no conocíamos. Se
dirigía a mí por el nombre de mi madre, que falleció hace más de veinte años, y
la mayor parte del tiempo se mantuvo en silencio.
Pero no creo que estuviera molesta con
nosotras. Parecía más bien intrigada, o incluso divertida.
Maite vuelve a mirar el
reloj y acelera más aún. Yo retomo uno de mis relatos.
- Unos cigarros enormes, de chala. Y en los
últimos años, después de morir la China, le dio por tomar grapa, o caña, o lo
que fuera.
A Maite le
gustan las historias de familia. No es necesario que estén bien estructuradas,
con principio, desarrollo y final. Pueden ser fragmentos, anécdotas, personajes
raros, incluso frases sueltas, sacadas de su contexto original y que ella
interpreta como quiere.
- Los
Martínez se casaban con los Barrios y los Barrios con los Martínez. Al final,
todos éramos primos.
Cuando se dirige
a mí, Maite me dice tía, lo que no es del todo cierto ni del todo falso.
Yo lo tomo como un apelativo cariñoso. Nunca me llevé bien con sus padres, que
piensan que estoy arruinando su futuro y así se lo dicen a cualquiera que
soporte escucharlos. Hicieron una importante inversión en la educación de su
hija y están impacientes por cobrar los dividendos. Después de una adolescencia
difícil y una veintena algo alocada, Maite se fue del país, seguramente para
alejarse de ellos. Creo que le va más o menos bien -es inteligente y
trabajadora, además de tener una buena formación- pero aún se resiste a echar
raíces en un lugar concreto.
En este viaje al interior, todo resulta nuevo para ella. La voz ronca de Constancia ofreciéndonos una copita de licor, el olor
a tabaco negro, la austeridad de los muebles, la ausencia de objetos innecesarios, la soledad a nuestro alrededor, el silencio. Maite no está acostumbrada al silencio, ni a las
condiciones de vida en campaña.
¿Vida? Eso no es
vida, me reprocha, es mera subsistencia. Durante los siguientes kilómetros
repite frases como ésta, con mucha convicción. Cuando me arriesgo a sugerirle
que tal vez, tal vez, a Constancia le guste vivir así, me mira con ojos
espantados y me pregunta cómo puedo ser tan insensible.
Después de un largo mutismo me vuelve a
explicar, como si yo no lo supiera, que ese lugar donde Constancia vive de
forma tan sencilla -y subraya la palabra sencilla, supongo que para
hacerme sentir culpable- es en realidad un campo de mucho valor, que se cotiza muy
bien en el mercado. Con el dinero que le toque de la venta, nuestra tía podrá
mudarse a la capital y pasar sus últimos años en una vivienda confortable. Con
internet y aire acondicionado.
Yo no le
contesto. Sigo mirando el cuentakilómetros hasta que ella suspira aparatosamente
y baja un poco la velocidad. Recién entonces retomo uno de mis relatos.
-Pasando las higueras que plantó el abuelo… Nadie
se lo hubiera imaginado.
Cada vez que
Maite se aferra al volante y aprieta el acelerador a fondo para pasar uno de
esos larguísimos camiones con zorra que transportan madera o ganado, yo pienso
que vamos a chocar de frente contra otro camión. O que nos vamos a incrustar en
uno de los árboles que bordean la ruta. Que nunca vamos a llegar sanas y salvas
a ningún lugar, que nuestros cuerpos van a quedar tirados durante horas a
merced de las hormigas y de los caranchos.
Pero sigo
hablando.
-Y
entonces llegaron los italianos. Eran unas pocas familias y se instalaron por
la zona de los molles. Fines del siglo diecinueve, creo.
Lentamente, los
camiones van quedando atrás. Ya estamos cerca del puente y pronto voy a estar
otra vez en mi casa, mi pequeño apartamento frente al parque. Después de horas de
sacudidas, baches y curvas, añoro el retorno a la agradable rutina cotidiana.
Una ducha relajante, una copa de vino, una novela.
Desde que
volvió al país, Maite ha pasado muchas horas negociando con todos los viejos y
jóvenes de la familia. Aunque su especialidad son los números, no es la codicia
lo que la impulsa. Pienso que está intentando cerrar un capítulo, con la
ilusión de poner orden en nuestro pasado y saldar esas deudas que todavía quedan pendientes. Cuentas claras. Pagar y cobrar lo que corresponde, ni más ni
menos. Y cree que para eso alcanza con manejar un buen programa de
contabilidad. Es obvio que está muy satisfecha con el resultado de sus
gestiones, pero no sabe que cuando los escribanos revisen los papeles van a
notar que aún, siempre, hay detalles sin resolver. Trámites inconclusos o
impuestos atrasados para pagar. O alguien que se niega a firmar porque hace
décadas que está peleado a muerte con otro alguien que también tiene que
firmar.
- Casilda, la
hermana mayor de Constancia, fue la primera de nosotros en casarse con uno de
los Mastropiero.
Cuando esos pequeños, inofensivos e interminables secretos salgan a la luz, Maite ya estará de vuelta en el hemisferio norte. En su vida real, donde creo que trabaja en un banco, o para un banco. O contra un banco, nunca terminé de escuchar la historia completa. Y en algún momento tendré que avisarle que toda la operación ha vuelto a postergarse. A estancarse, indefinidamente. Que algunos escribanos renunciaron, derrotados por nuestras entreveradas líneas sucesorias, que este capítulo no está por cerrarse y que los papeles se traspapelaron, una vez más.