martes, 25 de diciembre de 2018

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Hogar dulce hogar





Tetrodotoxina. Parálisis y muerte en menos de seis horas. Cianuro, ingerido o inhalado. Ataques, paro cardíaco y muerte en unos minutos. Mercurio, inhalado. Su vapor ataca el cerebro, terminando con el sistema nervioso central y los pulmones. Estricnina, ingerida o inhalada. Pesticida que sin ser especialmente venenoso provoca una muerte espantosa haciendo que todos los músculos sufran fuertes espasmos hasta que la víctima muere por agotamiento. Amatoxina, ingerida. Presente en ciertas setas, destruye los riñones y el hígado en cuestión de días. Compuesto 1080, ingerido o inhalado. Otro pesticida sin olor, sin sabor, soluble al agua, que bloquea el metabolismo celular provocando una muerte rápida pero dolorosa.
Tita bosteza y decide descansar unos minutos. Después de trabajar toda la tarde, bien puede tomarse un té. Mientras se dirige a la cocina, hace una breve recapitulación de sus planes. Ya ha elegido el lugar, las circunstancias, el veneno e incluso la víctima. Sólo le falta encontrar un motivo para cometer el crimen.
Seleccionar el veneno adecuado le llevó varias horas de búsqueda en internet, pero el resultado vale la pena. Inodoro, insípido, incoloro y carente de antídoto, el cloracetato de flúor se perfila como la solución ideal.
Satisfecha, agrega seis cucharaditas de azúcar a la taza de porcelana francesa donde se enfría su té de malva.
Es cierto que aún hay otras opciones a valorar entre los venenos más letales del mundo. Por ejemplo, la toxina botulímica. Al ingerirla, el sistema nervioso falla por completo y la persona muere entre dolores terribles. Curiosamente, señala Tita en una nota al margen, esa toxina se usa en tratamientos de estética bajo el nombre de bótox.

......

                   -…el lunes de tarde, mientras esperaba que Adelita me pasara a buscar para ir a la reunión del círculo…
                   -¿azúcar?
                   -… en lo de Lala, a las ocho y cuarto, cada quince días.
                   -…la encontré un poco distraída, como si no me escuchara bien…
                   -… y este invierno que no se termina nunca…
                   Un hogar de ancianos autogestionado y sin fines de lucro. Tita, Coca y Chichita son las orgullosas fundadoras de lo que consideran una experiencia revolucionaria. Renovadora. Original, al menos.
                   - …licor de carqueja ¿una copita?
                   -…la consola de mármol, aquella que la abuela tenía en la entrada, siempre con un ramo de magnolias…
                   -…bizcochitos de anís, comé tranquila que no engordan…
                   Chichita aportó la casa, Tita la idea y Coca los límites. Su plan es compartir los gastos y las tareas, integrando hasta un total de doce o quince personas. Si se organizan bien, pueden alcanzar un nivel de vida confortable, ahorrarse el costo de un residencial privado y hacerse compañía entre ellos.
                   -…si al menos se hubiera casado…
                   - ... y lo peor es la humedad.
                   -…aquel muchacho tan bueno, sobrino de las Vecchio, que la cortejaba cuando Martita cumplió los quince. Pero las de Acuario son así, caprichosas…
                   - …cuando enterramos a Rosita ¿se acuerdan?
                   En estos momentos hay otras cuatro personas participando del proyecto, cumpliendo un período de prueba de seis meses.
       - …los títulos del panteón quedaron en lo de Pepe, estoy segura.

......

                   A la entrada, unos escalones de mármol conducen al zaguán. Una puerta cancel con vidrio esmerilado da al primer patio interior. Piso estilo damero y claraboya.
                   Varias señoras están instaladas en cómodos sillones, tomando el té y conversando animadamente, todas a la vez.
                   - Y entonces sentí como un vértigo...
                   - Camelias. O caléndulas, en todo caso. Bromelias no, nunca.
                   -Un vértigo horizontal, no sé si me explico...
                   -Y no sé para qué voy, si yo ni siquiera soy alcohólica. Unas copitas durante la cena, nada más. Es una costumbre de familia.
                   -¿Bromelias?
                   Martina saluda y las señoras vuelven la mirada hacia ella para sonreírle y darle la bienvenida, sin dejar de hablar entre sí.
                   - Para los vértigos, jarabe de amapolas.
                   -Una resonancia magnética, le dije. Eso es lo que yo necesito.
                   -Jarabe de jazmín, en todo caso. O de guayabas.
                   -Pero los médicos de ahora son así, no te hacen caso. Ni siquiera te escuchan.
                   - Camelias. Bromelias nunca.
                   Guiada por Coca, Martina recorre un pasillo que conduce a un segundo patio, más pequeño, donde funciona el comedor diario. A un costado está la cocina y hacia atrás el fondo. Martina recuerda la casa de sus abuelos.
                   - Sin sal. Y tibio.
                   - Culpa de la nutricionista.
                   -Una ensalada hubiera sido más adecuada.
                   - Con una pizca de sal ¿no te parece?
                   - Y rúcula.
                   Como el destino de la casa no es convertirse en un museo, sus dueñas han introducido los cambios necesarios para añadirle confort y funcionalidad. Un arquitecto retirado las ayudó a reformular los espacios, mejorando la ventilación y la iluminación. Los techos altos permitieron la construcción de entrepisos que agregan metros cuadrados a la propiedad. La cocina se amplió con la antecocina, un pequeño comedor y parte del fondo. El aljibe fue convertido en un elemento decorativo, con reminiscencias coloniales. La antes árida azotea se transformó en un espacio verde.
                   Con este proyecto, Tita, Coca y Chichita han resuelto algunos temas de orden práctico, como la vivienda y la soledad. También se han convertido en pequeñas empresarias, el sueño de toda su vida. Aunque lo de ser empresarias sin fines de lucro no le cierra del todo a Coca. El asunto tiene sus inconvenientes, por otra parte. A cada paso surgen gastos imprevistos que las obligan a echar mano a sus ahorros, como cuando se rompió uno de los caños que atraviesan el jardín. Perdieron cantidades abrumadoras de agua durante meses antes de encontrar la pérdida y repararla.
                   - Lo pagan mis yernos, que me adoran.
                   - Y cuando me levanté, me sentía más cansada que antes de acostarme...
                   - Una resonancia magnética, le dije.
                   - Bromelias. Son bromelias.
                   Las reparaciones, el amoblamiento, los impuestos, todo insume dinero. Y el retorno es lento, con cuentagotas. Para conseguir un préstamo bancario deberían hipotecar la propiedad, lo que les provoca pesadillas. Prefieren recolectar dinero entre sus familiares y amigos y después devolverlo lo antes posible. Sin pagar más interés que un regalito y muchas sonrisas.
                   - Me adoran, no te exagero.
                   - Yo con el alcohol no tengo ningún problema...
                   - Camelias.
                   - Y un poquito de ron no le hace mal a nadie.
                   Otro tema en cuestión es la democracia interna, de la que todos hablan pero pocos practican. El arquitecto Bonelli, por ejemplo, está sinceramente convencido de que su voto vale por dos. Por ser hombre y arquitecto al mismo tiempo. Coca afirma que la opinión de Chichita es irrelevante y Tita, aunque no suele confesarlo en público, se considera a sí misma superior a todos los demás.
                   - Siempre tengo alguna botellita guardada, por las dudas.
                   - ¿Bromelias?
                   - En el ropero, entre las toallas del baño, en el armario de la barbacoa.
                   En las reuniones todos hablan a la vez y nadie escucha a nadie. Cuando no hay acuerdo, las potestades resolutivas recaen en el contador de la empresa. Es sobrino y heredero de Chichita, o sea de la casa, de modo que todos confían en él. No ciegamente, pero confían.

......

Ricina, ingerida o inhalada. Muerte por fallo respiratorio. Sarín, inhalado. Originalmente diseñado como pesticida, basta con respirar un poquito para caer en coma y morir.
Veinte y veinticinco, hora de bajar a cenar. Tita apaga su computadora y ordena las carpetas sobre el escritorio. Antes de salir se envuelve en un chal para protegerse de las corrientes de aire que atraviesan el comedor. Se pone un gorrito haciendo juego, empuña un bastón de ébano que no necesita en absoluto y se dirige hacia la escalera.
Va absorta pensando en el ántrax, que apropiadamente inhalado hace que el sistema respiratorio colapse en pocos minutos.

......

-  Y los títulos del panteón ¿quién los tiene?
- Bizcochitos de anís, comé tranquila que no engordan...
-...cuando enterramos a Rosita ¿se acuerdan?
-  Y sin gluten.
- ¿A Rosita?
- ...el panteón de los Martínez, en el Cementerio Central...
- A las ocho y cuarto, todos los martes. A veces en lo de Lala, a veces en lo de Cuca.
- ...primos políticos de los Mastropiero...
-... es mejor no decirle nada y que se vaya muriendo así, de a poquito, sin darse cuenta...
- ¿Te parece?
-... porque las de Aries somos así, generosas...
- Lo peor es la humedad...
- Cien por ciento ecológico.
- ... los Mastropiero de Sauce Viejo no, yo te estoy hablando de los Mastropiero de Illescas...
- Y autosustentable.
              - En el cementerio del Buceo, a las once.

……

La felicidad ajena entristece a Coca. Más que entristecerla la amarga, la envenena y la deprime. Para peor, su bondad natural le impide tomar medidas concretas que atenúen su sufrimiento. Coca es incapaz, por ejemplo, de destratar a la empleada o de hablar mal de sus amigas. Por lo tanto, se resigna a padecer calladamente las alegrías de los demás, relegando sus sentimientos de legítima revancha al plano de las fantasías.
Para equilibrar este exceso de sensibilidad, a Coca la desgracia ajena no la afecta en lo más mínimo.
……

-Adela Mastropiero se casó con uno de los Priore y Adela Priore con uno de los Mastropiero.
- Hoy es martes ¿no?
- A veces las confundían.
- En el panteón de los Martínez.
- Con unas copitas duermo toda la noche tranquilamente...
- Cuando enterramos a Rosita ¿se acuerdan?
-¿Y yo qué voy a hacer en el panteón de los Mastropiero? Si apenas somos primos políticos.
- Oigo lo más bien.     
- Es que en el nuestro ya no cabe más gente...        
- ¿Y Rosita dónde está?
- Primos de tu tía Coca.
- Con unas gotitas de vinagre.
- Cuando quiero, oigo perfectamente.
- Tía abuela, cierto.
- O de limón.

                   Cada mañana, Chichita pasa la aspiradora por todos los rincones de su dormitorio, en un vano intento de detener el avance de los ácaros sobre su vida. Cuando termina, dedica unos minutos a tender la cama y ordenar sus cosas.
                   Todo en su cuarto es muy apropiado. Las cortinas drapeadas, las molduras de yeso del cielorraso, los almohadones de terciopelo, la araña de caireles de cristal. Fotografías de sobrinos y sobrinos nietos, una colección de recuerdos traídos de sus viajes y algunos libros de tapas muy bonitas.
                   A veces se instala en su mecedora estilo vienés, junto a la ventana que da al jardín. Desde allí puede ver al arquitecto Bonelli trabajando en sus rosales.
                   El jardín es muy grande y está dividido en áreas. Rincones de sombra para leer y descansar, senderos enlosados, una fuente contra un muro lindero, una quinta. Entre el follaje puede distinguirse alguna plantita de cannabis.
                   A Chichita le gustaría agregar un rincón con diversas variedades de orquídeas. Aparte de eso, la preservación del ecosistema no figura entre sus prioridades. Mucho menos el contacto con la tierra, los gusanos y las lombrices.
……
                  
                   - ¿Y nosotros qué estamos haciendo en este velorio?
                   - Una copita cada tanto, nada más...
                   - La novela de las nueve no me la pierdo por nada.     
                   - En el Cementerio Central, a las cuatro de la tarde.
                   - Hoy es viernes ¿no?
                   - Yo al panteón de los Mastropiero no voy. Prefiero que me incineren.
                   - Era tan buena...
                   - Un tesoro.
                   - ¿Martes?
                   - Igualita a Grace Kelly.
                   - La novela de las nueve no me la pierdo por nada.
                   - ¿Y justo ahora tenés que ir al baño?
                  
………..
                  
                   La liberación femenina ha sido un gran error histórico, decreta Tita, sirviéndose una generosa porción de strudel. El strudel de mburucuyá, especialidad de Chichita, genera el clima ideal para conversar sobre cualquiera de sus temas favoritos, ocupación que resulta bastante grata si no se padece de la malsana costumbre de pretender que las actividades tengan alguna utilidad.
                   - Licor de carqueja ¿una copita?
                   Tras haber sido una pionera en la lucha por las reivindicaciones de su sexo, generando varios escándalos sociales en el Montevideo de los años cincuenta y provocando algún que otro infarto en su propia familia, Tita tiene ahora una opinión más bien cauta acerca de los supuestos avances logrados por las feministas, a quienes cariñosamente califica de ingenuas. Coca asiente mientras Chichita suspira. Tal vez alguna de ellas añore, sin confesarlo, aquel orden patriarcal tan alegremente abandonado.
                   - ... con harina integral, comé tranquila que no engorda...
                   En su opinión, el feminismo había agregado nuevas responsabilidades sobre los hombros de las mujeres sin liberarlas de las cargas tradicionales.
                   - Totalmente magra.
                   Además de atender sus obligaciones ancestrales, insiste Tita, ellas ahora deben trabajar a la par de los hombres. En contrapartida, han obtenido el dudoso privilegio de dirigir empresas, dedicarse a la política y hacer deportes. En algunos países incluso han conquistado el derecho de ir a la guerra, señala Coca.
                   - ¿Canela?
                   Queda por ver si la emancipación sexual, lograda gracias a la entusiasta colaboración del género masculino, es realmente un avance. Las píldoras anticonceptivas les impiden apelar a una cómoda abstinencia para el control de la natalidad y las jaquecas a la hora de acostarse ya no son bien vistas.
                   - Cien por ciento orgánica...      
                   Cómo eludir el sexo conyugal es otro de sus temas favoritos. Tita, que ha enterrado a dos maridos y a varios amantes, se considera con más derecho a opinar sobre la vida matrimonial que Chichita, que sólo ha enviudado una vez. Incluso tiene el proyecto de escribir en su blog una especie de manual breve y conciso sobre las mejores respuestas para darle a un cónyuge insistente.
                   - Tres cucharaditas...
                   Para empresarias o profesionales, el estrés es una buena excusa. Para damas ociosas, Tita aconseja el herpes vaginal, medida efectiva pero en exceso drástica en opinión de Chichita, que se inclina por soluciones más negociadas, como establecer días fijos con antelación y marcar límites a la duración del asunto.
                  
......

                   -... y entonces me subió la presión...
             -...un aroma frutado, como a ciruela...
            - A diecisiete.
            -López. Se llamaba López.
-Gracias a que yo les avisé...
-Claudio López. Un amor.
-Y sentí como un escalofrío...
-¿En la rodilla? ¿En serio?
-Sí, en serio. Un tatuaje con forma de tarántula.
- Y así fue que pasamos del corsé a la anorexia.
-No sé para qué tanto apuro, si al final siempre llegamos tarde.
-Me mintió, ¿te das cuenta?
-Y justo se me voló el paraguas.
- Y de la frigidez al orgasmo múltiple.
-Mis vecinos me adoran.
-Con piscina climatizada...
-Me adoran, en serio.
- Y yo por las dudas me traje la platería...
- Un imperativo tras otro.
            - Es para sacarle brillo, le dije, después te la devuelvo...
            - Y una textura sedosa, propia del Malbec...
            - Porque al fin y al cabo era de la abuela ¿no?
...

sábado, 8 de diciembre de 2018

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Espejos y espejismos


 




            Cuando Laura conoció a Laura, todo comenzó a cobrar sentido. Se encontraron un viernes de abril, leyendo una novela. En realidad, hacía años que Laura sospechaba de la existencia de Laura. Sobre todo desde aquella vez en que creyó vislumbrar su sombra en un recodo de la escalera, cuando aún vivía en la casa de sus padres. Bajaba a cenar, después de haber pasado la tarde en su dormitorio, y fue ahí, en un instante entre el quinto y el sexto escalón, que le pareció ver a Laura. Pero como nunca estuvo muy segura, no se decidió a comentarlo con nadie. Y ahora, casi veinte años después, ambas se miraron frente a frente. Aunque esto no es estrictamente cierto. A decir verdad, se observaron más bien de soslayo. Laura, que era un tanto reservada, se hizo la distraída. En cambio Laura, cuyos modales dejaban algo que desear, se mostró bastante abierta. Ellas hubieran querido conversar un rato, pero ¿de qué? ¿Acaso tenían algo en común? Todo indicaba que sí, pero la experiencia le había enseñado a Laura, y probablemente a Laura también, que nada es seguro en este mundo.


                                                           *


Tras varios meses de charlas discontinuas y sin mucha sustancia, Laura siente la fuerte tentación de hacer algún que otro reproche. Eres demasiado fría, le dice. Laura no contesta. Permanece en silencio, absorta en el rumor de las hojas secas arrastradas por el viento.
            Mi frialdad es una construcción, confiesa unos cuantos días después. Pero L no la escucha, está ocupada corrigiendo la entreverada sintaxis de L, que pretende publicar un cuento que Laura encuentra aceptable. Bastante bueno, incluso, podría decirse. Al menos tiene un comienzo original, aunque tal vez un crítico sutil diría que al transcurrir las páginas la trama se va desgranando sin remedio hasta desintegrarse poco antes del final.
Siempre le ha gustado escribir. Escribe cuentos breves. Tan breves, que a veces no tienen principio ni fin. Ni trama, ni personajes. Cuando hace gestiones para publicarlos, los editores la miran entre compadecidos y desconcertados.

           

                                                           *


En otro orden de cosas, deberíamos aclarar, a esta altura de la página, que Laura está enamorada de Jota. Laura, en cambio, no. L, que es más joven y, por qué no decirlo, algo ingenua, encuentra aspectos interesantes en la personalidad de este profesor de historia que dedica la mayor parte del día a manejar un taxi. Sin embargo, L es la única que percibe con claridad el peligro que Jota entraña para su propia existencia. De modo que todo varía según Jota se encuentre con L, o con L.
            Mientras hace el amor con Jota, lentamente, casi distraídamente –ése es su estilo-, L piensa en X. Y aunque no sabemos con certeza dónde está X en este momento, no podemos resistir la tentación de sugerir algunas hipótesis. Por ejemplo, X está en su casa. Si es así y dada la hora –a L y a Jota les gusta hacer el amor en la madrugada- lo más probable es que X esté durmiendo. No es habitual que se levante antes de las ocho. Su empleo en una galería de arte no le exige más que una presencia ocasional e intermitente, y sólo durante la tarde. Si, en cambio, está en la casa de Z –y esto es lo más verosímil ya que hoy es jueves- también es probable que esté durmiendo. Soñando con L, tal vez. O tal vez, quién sabe, con alguna otra. No con Z, eso es seguro, porque la tiene a su lado.
Aunque a nosotras, las narradoras, nos cueste admitirlo, es muy común que L piense en X cuando hace el amor con Jota. Sospechamos, también, que X sueña con ella más de lo estrictamente apropiado. No sabemos –porque no somos del todo omniscientes- qué es lo que pasa con Jota y con Z –cada uno por su lado-. Es probable que ambos –cada uno por su lado- sueñen, piensen, fantaseen e incluso alucinen con otros personajes que aún no conocemos. De todos modos, no está de más aclarar que cuando llega la hora de acostarse, cada uno lo hace en la cama que le corresponde. Cualquier otra opción sería, en opinión de algunas de nosotras, de mal gusto.


                                                           *


Sin embargo, hay entre las narradoras una minoría que cree, o creemos, que este texto sería más divertido si X y L se encontraran a solas alguna vez, lejos de la discreta pero implacable vigilancia de Jota. Y de Z. El problema que surge aquí es que L es algo perezosa a la hora de llevar sus fantasías a la práctica. Además, la experiencia le ha enseñado que la práctica no suele estar a la altura de las fantasías. Sobre todo cuando interviene algún personaje que está fuera del control de su imaginación. Como X, que seguramente tiene sus propias expectativas acerca de las cosas. De las cosas en general y de L en particular. Un encuentro entre ellos en el plano de la realidad –de la realidad virtual, claro- tendría derivaciones insospechadas sobre las que las narradoras no logramos ponernos de acuerdo. Lo más sensato sería, entonces, que cada una de nosotras escribiera su propia versión del asunto. Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo.
Ahora bien, ¿qué opina Jota de esta problemática? Todavía está ofendido porque L le prometió acompañarlo a México y luego L se retractó sin darle explicaciones. Las narradoras hemos observado que Jota se comunica bastante bien con L en lo que a actividades sociales y culturales se refiere. Ambos comparten una rara afición por el teatro mediocre, el buen cine y la música extravagante. En cambio, a la hora de hacer el amor, Jota se entiende mejor con L. Así lo demuestran sus prácticas nocturnas, y a veces diurnas. Nuestra conclusión es que Jota, si puede encontrarse con Laura aunque sea una vez cada tanto, se declara satisfecho. Ya ha comprendido que no es prudente esperar demasiado de ellas.


                                               *


Y aquí es que se abre un abanico de posibilidades.
L, que prefiere mantenerse a una prudente distancia de cualquier controversia, opina que para superar este equívoco todas deberían, o deberíamos, tener en cuenta la noción de realidad. O algo así. Lo que no podemos saber es si cuando ella dice realidad, quiere decir realidad o, por el contrario, realidad. L es algo enigmática y las narradoras no siempre logramos comprenderla. Y su respuesta a esta observación, por no decir esta crítica, es tan ambigua, que hemos decidido pasarla por alto.
Para peor, en este preciso instante L tiene sueño. Y sueño, que no es lo mismo.


                                               *


En términos generales y para tranquilidad de todas, podemos afirmar que L ha llegado a entenderse bastante bien con L. A las dos les gusta leer, caminar, etcétera. Entre las pocas diferencias que subsisten, está el hecho de que L se guía por el calendario solar mientras que L lo hace por el lunar. Sus horas armonizan, a su manera, con las de la civilización occidental y cristiana. Las suyas, en cambio, se desvían un poco, no demasiado, sólo lo suficiente como para generar un leve desajuste. Por ejemplo, los lunes a las ocho de la mañana, cuando es imperativo que L marque tarjeta en la oficina en la que desde hace algunos años transcurre la tercera parte de su vida biológica y casi la mitad de su vida consciente, puede ocurrir que para L sea necesario dormir, o escribir, o cantar. Ella, que observa este conflicto sin involucrarse demasiado, opina que, bueno, lo que opina no es muy relevante que digamos.
Cuando esta situación amenaza volverse insostenible, L emigra. Casi imperceptiblemente, con discreción y elegancia, se desliza hacia L. Como esto acontece bastante a menudo, ella trata de mantenerse siempre cerca de la frontera.


                                               *


Para terminar, anotemos que hace ya unos días que a L le cuesta conciliar el sueño. Algunos detalles peculiares le han sugerido la posibilidad, un tanto inquietante por cierto, de que L esté muerta. Ahora bien, ¿cuál es el real alcance de la frase: L está muerta? Si es que lo está, claro. Ya otras veces ha pasado que ella desaparece por un tiempo y cuando ella está pensando lo peor –o lo mejor, eso depende de la perspectiva, que a su vez depende del estado de ánimo del momento- ella reaparece. Esto la ha llevado a sentir una insuperable desconfianza hacia el lenguaje.
En resumen: Laura quiere morir pero Laura no. A veces. O Laura quiere que Laura muera. Siempre.
Pero eso, en definitiva, ¿a quién le importa?


lunes, 11 de junio de 2018

LA IMAGEN DE PIEDRA



     Caminaba despacio, sintiendo crujir las hojas secas bajo sus pies. Se había tomado unas horas libres para disfrutar del atardecer de otoño, que encendía los árboles del prado con los matices del fuego. Se acercaba al estanque circular cuando distinguió, desde un recodo del sendero, una figura de piedra semioculta entre unos arbustos. Sin pensarlo mucho, se internó en la espesura y atravesó una breve extensión de césped húmedo y desparejo, esquivando con cierta dificultad los charcos que salpicaban de barro sus zapatos de piel. Recién cuando llegó a unos pocos metros de la estatua, Rossi se detuvo, intrigada, y observó. La silueta oscura de un hombre se recortaba contra el mármol límpido de una deidad vegetal, una ninfa solitaria que hundía sus raíces en la tierra. El musgo cubría la base de la roca de la que emergía el cuerpo semidesnudo, grácil y esbelto, de la diosa. El torso levemente arqueado, la frente apenas inclinada, la mano izquierda que sostiene, trenzadas, unas hojas de hiedra.
………
                Tuvo que recorrer la cuadra varias veces, tropezando con las baldosas flojas de la vereda y enfrentando el viento helado que venía del mar, antes de identificar la puerta de entrada. Ya estaba por desistir, pensando que había entendido mal la dirección, cuando encontró la fachada que buscaba, casi oculta por el despliegue luminoso de las torres vecinas. Angosta y cubierta por la hiedra de muchos años, la casa se erguía taciturna en ese barrio que el auge de la construcción había sembrado de cristalinos edificios de apartamentos. Rossi suspiró aliviada. Hubiera lamentado no acudir a la cita. El extranjero que conoció en el prado la había invitado, haciendo gala de modales decimonónicos, a visitar la residencia que alquilaba por los pocos días que estaría en la ciudad. Quería enseñarle una estatua que, aseguraba, se parecía misteriosamente a ella.
                Ya frente a la escultura, que descansaba al pie de la escalinata central del salón, Rossi debió admitir que sus rasgos tenían algo en común. No era extraño, después de todo. A través de su bisabuela materna seguramente compartía un remoto origen genético con la joven toscana que un siglo antes había servido de modelo al escultor. Sonrió y esbozó algunas frases amables con respecto al bloque de alabastro que se erguía imperturbable ante ellos. Aunque se esforzó en no demostrarlo, se sentía sutilmente halagada por la cortés insistencia de su anfitrión en destacar su improbable perfil de divinidad etrusca. Él, con exquisita formalidad, continuó mostrándole piezas de colección mientras disertaba arrastrando las vocales, cantándolas casi.
Dirigía un museo de provincia en las afueras de Florencia y viajaba en busca de objetos que la alta burguesía rioplatense hubiera traído de la Europa del novecientos para adornar sus mansiones. Pasaría un fin de semana en Montevideo antes de continuar su peregrinación hacia Buenos Aires. Cómo habría hecho para descubrir esa casa antigua, esa joya arquitectónica enclavada en pleno Pocitos, se preguntó Rossi, mientras una deformación profesional la inducía a calcular los metros cuadrados y a multiplicarlos por los dólares que cualquier empresa constructora estaría dispuesta a pagar por ese espacio privilegiado. Tal vez la finca fuera propiedad de un anciano excéntrico que se resistía a venderla y la rentaba por breves períodos a diplomáticos o a selectos visitantes del exterior. Era inevitable, de todos modos, que tarde o temprano una compañía de demolición arrancara los paneles de roble que cubrían las paredes, hiciera trizas los vitrales y fragmentara en pedazos la balaustrada de mármol contra la que se apoyaba en ese momento. Pero al menos por ahora la inquietante morada seguía allí, inmutable, resistiendo los embates de la modernización costera de la ciudad. Incluso ellos dos, departiendo cordialmente al pie de un lienzo que representaba en clave dieciochesca una escena pastoril, parecían haber evadido las coordenadas del tiempo para permanecer estáticos, ajenos al devenir de los siglos.
                El italiano era dueño de una sofisticada cultura que evitaba ostentar. Dosificaba la erudición de sus comentarios con una naturalidad encantadora. Rossi, más diestra en el manejo de las cifras que en las disquisiciones estéticas, trataba de seguirlo lo más decorosamente posible, y si alguna de sus tímidas observaciones había errado por un siglo o dos, su educado interlocutor no dio señales de advertirlo. Por el contrario, parecía interesado y comenzaba a cortejarla con una elegante reserva. Su mirada flotaba en torno a ella, envolviéndola en una atmósfera de tenue seducción. Acostumbrada a soportar diversas modalidades de asedio masculino, Rossi se sintió complacida por la refinada displicencia del anticuario. Volvió a sonreír, lo que no era habitual en ella. Acercó la copa a sus labios y paladeó los matices silvestres de un vino oscuro como la tierra, degustando un lejano eco mediterráneo.
                Más tarde, mientras cenaban a la luz de los candelabros, volvió a pensar que había algo incierto en ese hombre, una nota indefinible que no dejaba de intrigarla. Creyó intuir que no buscaba sólo obras de arte. Aficionada a las novelas de espionaje, Rossi no tuvo reparos en entregarse a las más extravagantes conjeturas acerca de las actividades del enigmático florentino. Inteligencia internacional, tráfico de piezas arqueológicas, análisis criptográficos. Sin embargo, su apariencia vagamente arcaica y el aire un tanto anacrónico de sus modales evocaban otra clase de investigación. El paradero del Santo Grial, por ejemplo. La idea de que alguien pretendiera encontrar el cáliz sagrado en un rincón de Montevideo la hizo sonreír. El hombre le devolvió la sonrisa, no sin un destello de interrogación en la mirada. Rossi vaciló, bebió otro sorbo de vino y se arriesgó a confiarle, en un tono ligero, sus inquietudes esotéricas. No muy sorprendido, su anfitrión le contestó que sí perseguía algo especial, aunque no se trataba del tesoro de los templarios ni de los arcanos de la rosacruz. La conversación derivó hacia temas ocultos, remontándose a ceremonias rituales de pueblos indoeuropeos y a cultos precristianos que sobrevivían, intemporales, en algunas zonas de Italia. Brindaron una vez más por los espíritus paganos de la tierra y entre miradas oblicuas y versos de Petrarca apenas susurrados, la velada fue transcurriendo. Rossi practicaba, como era su costumbre, un juego elusivo al que él se plegó sin dificultad, aunque no lograra encubrir del todo las ráfagas de deslumbramiento que encendían de a ratos sus pupilas. Pasaban las horas y la imprecisa sensación de haberlo conocido antes se acentuaba. Recuerdos muy antiguos, perdidos en las brumas del tiempo, pugnaban inútilmente por salir a la superficie.
………
                El coleccionista continuaba su viaje y la había citado para despedirse. La esperaba impaciente en el lugar donde se habían conocido. Aunque más parco que durante la noche anterior, la recibió con una actitud que rozaba lo reverencial. Una niebla brotaba de la tierra, como si el prado respirara y los envolviera en su aliento. Rossi sintió un frío que congelaba sus pies y ascendía por sus piernas y su torso, paralizándola. La circulación de su sangre se hacía más pesada y amenazaba detenerse. Extendió su brazo e inclinó su rostro para mirar las hojas de hiedra, trenzadas, que el hombre acababa de entregarle. Observó con tristeza la palidez travertina de su propia piel, la transparencia veteada del mármol en sus dedos. Vio que el anticuario seguía de pie, solo, frente a su cuerpo atrapado en la roca. Reconoció sus pupilas extasiadas, sus labios que parecían musitar una plegaria secreta, como renovando sus votos ante la diosa reencontrada. La antigua divinidad recuperada al fin, tras milenios de búsqueda. Venerada desde tiempos pretéritos y cautiva otra vez, quizá para siempre, de la devoción de sus fieles. El viento de otoño arremolinaba hojas secas en torno a su pedestal.