sábado, 22 de agosto de 2020

NOMBRES QUE OLVIDAMOS

 

                                                                      

 

                   Un terreno baldío sobre la calle Senaqué, finísimos cortes en los antebrazos de Juliana, el inhalador para el asma, el pelo lacio de Clara sobre las rodillas de Maxi. Ni miedo, ni ansiedad, ni deseos. Un domingo de invierno, un dios que nunca existió, los padres de Alan, que se fueron a Brasil y no regresaron, una medallita con la fecha de una maratón, manchas doradas en los ojos de Rodrigo. Una figura solitaria que avanza con paso inseguro, un moretón, una voz que se apaga en la mitad de una frase, la pelota azul y blanca que dejaron los reyes magos, un rectángulo de tierra en algún lugar, parientes lejanos que ni siquiera vinieron. Un mundo liviano, transparente. Calles que no conducen a ninguna parte, los pies descalzos de Federico, un motor que acelera, un diminuto lunar junto al párpado izquierdo, alguien que vuelve a su casa poco antes de la madrugada, con una sensación térmica de siete grados y un pronóstico de frío polar para los próximos días.