Estamos
en Goa. En la playa de Arambole, para ser más precisa. Alquilamos una casa
vieja pero en buen estado, a unas cuadras de la costa. Klaus fuma en silencio,
acostado en una hamaca que cuelga entre dos árboles. Yo escribo, sentada en una
mecedora. Escribo, tacho, vuelvo a escribir.
Es
una casa vieja, con las paredes descascaradas y manchas de moho en el
cielorraso. El agua corriente funciona –al menos, funciona la mayor parte del
tiempo- y la energía eléctrica también. El dormitorio es amplio y fresco, no
muy luminoso. La cama es ancha, las ventanas angostas y el techo irregular.
Klaus
me ha dicho que en esta región hay cobras. No muchas, pero hay.
*
Esta
noche no hacemos el amor, estamos cansados. Klaus se acuesta junto a mí, apaga
la luz y enciende un cigarrillo. Cuando termina de fumar deja la colilla en el
cenicero, apoya su mano izquierda sobre mi cadera y se duerme. Su respiración
es ronca e incierta. De a ratos, tose. Mucha nicotina y marihuana y otros productos
se han ido acumulando durante décadas en sus pulmones. Y en su hígado, en sus
riñones, en su vesícula.
*
Escribo,
tacho, vuelvo a escribir. Klaus juega con un perro que acaba de encontrar.
*
En
Goa, en el balneario de Arambole. Han alquilado una casa algo precaria, cerca
de la playa. Klaus cocina un arroz con hongos mientras ella, recostada en una
mecedora, duerme. O tal vez piensa, con los ojos cerrados. Le han dicho que en
la región hay cobras, lo que no deja de inquietarla.
*
Releo,
imprimo, guardo las hojas en una carpeta, dejo la carpeta en un cajón del
escritorio y vuelvo a la pantalla. Observo que me estoy quedando sin tinta.
Escribo,
una vez más, estamos en Goa. (¿Por qué no escribir, una vez más, estamos en
Goa?) En la playa de Arambole, para ser más precisa. Hemos alquilado una casa
algo precaria, cerca de un arroyo que
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