sábado, 2 de marzo de 2019

RUTAS DE LA MEMORIA

 

-Noventa y pico. La última de su generación.  

Maite consulta el reloj y acelera para ganar tiempo. Mañana se toma el avión de regreso y todavía tiene que armar las valijas. Yo miro el cuentakilómetros y reprimo la tentación de comentar, por tercera vez, que la ruta siete es peligrosa y traicionera, además de angosta. Sobre todo para alguien como ella, acostumbrada a desplazarse por las autopistas del primer mundo.

- Hasta el viejo Chispa se fue…

Estamos volviendo de la frontera. Fuimos a ver a una de nuestras tías, en nombre de toda la familia. A pedirle autorización para vender esas cuadras de campo en las que ella ha vivido desde siempre. Un pedazo de tierra situado a cinco leguas del pueblo más cercano que, según los intrincados trámites sucesorios que los escribanos han estado analizando, no es enteramente suyo. De acuerdo a los papeles oficiales, pertenece a varias generaciones de parientes dispersos por todo el país.

Campo ganadero. Buen casco. Mangas de piedra. Aguadas naturales.  

Ya hemos armado el aviso para colgar en Internet. En realidad, en ningún momento Constancia nos contestó que sí, pero como tampoco dijo que no, Maite y yo decidimos interpretar que, en términos generales, estuvo de acuerdo con la propuesta de vender. O al menos, no presentó objeciones concretas.

Pasamos casi toda la tarde con ella, explicándole la situación. No fue un diálogo fácil. Por momentos nos observaba atentamente, con curiosidad, y por momentos se desentendía de nosotras, actuando como si no estuviéramos ahí. Demoraba varios minutos en contestar a nuestras preguntas, haciendo largas pausas entre una frase y otra. Cada tanto hacía comentarios que no tenían conexión con lo que estábamos hablando. Referencias a épocas lejanas y a gente que no conocíamos. Se dirigía a mí por el nombre de mi madre, que falleció hace más de veinte años, y la mayor parte del tiempo se mantuvo en silencio.

 Pero no creo que estuviera molesta con nosotras. Parecía más bien intrigada, o incluso divertida.

Maite vuelve a mirar el reloj y acelera más aún. Yo retomo uno de mis relatos.

- Unos cigarros enormes, de chala. Y en los últimos años, después de morir la China, le dio por tomar grapa, o caña, o lo que fuera.

A Maite le gustan las historias de familia. No es necesario que estén bien estructuradas, con principio, desarrollo y final. Pueden ser fragmentos, anécdotas, personajes raros, incluso frases sueltas, sacadas de su contexto original y que ella interpreta como quiere.

- Los Martínez se casaban con los Barrios y los Barrios con los Martínez. Al final, todos éramos primos.

Cuando se dirige a mí, Maite me dice tía, lo que no es del todo cierto ni del todo falso. Yo lo tomo como un apelativo cariñoso. Nunca me llevé bien con sus padres, que piensan que estoy arruinando su futuro y así se lo dicen a cualquiera que soporte escucharlos. Hicieron una importante inversión en la educación de su hija y están impacientes por cobrar los dividendos. Después de una adolescencia difícil y una veintena algo alocada, Maite se fue del país, seguramente para alejarse de ellos. Creo que le va más o menos bien -es inteligente y trabajadora, además de tener una buena formación- pero aún se resiste a echar raíces en un lugar concreto.

En este viaje al interior, todo resulta nuevo para ella. La voz ronca de Constancia ofreciéndonos una copita de licor, el olor a tabaco negro, la austeridad de los muebles, la ausencia de objetos innecesarios, la soledad a nuestro alrededor, el silencio. Maite no está acostumbrada al silencio, ni a las condiciones de vida en campaña.

¿Vida? Eso no es vida, me reprocha, es mera subsistencia. Durante los siguientes kilómetros repite frases como ésta, con mucha convicción. Cuando me arriesgo a sugerirle que tal vez, tal vez, a Constancia le guste vivir así, me mira con ojos espantados y me pregunta cómo puedo ser tan insensible.

Después de un largo mutismo me vuelve a explicar, como si yo no lo supiera, que ese lugar donde Constancia vive de forma tan sencilla -y subraya la palabra sencilla, supongo que para hacerme sentir culpable- es en realidad un campo de mucho valor, que se cotiza muy bien en el mercado. Con el dinero que le toque de la venta, nuestra tía podrá mudarse a la capital y pasar sus últimos años en una vivienda confortable. Con internet y aire acondicionado.

Yo no le contesto. Sigo mirando el cuentakilómetros hasta que ella suspira aparatosamente y baja un poco la velocidad. Recién entonces retomo uno de mis relatos.

            -Pasando las higueras que plantó el abuelo… Nadie se lo hubiera imaginado.

Cada vez que Maite se aferra al volante y aprieta el acelerador a fondo para pasar uno de esos larguísimos camiones con zorra que transportan madera o ganado, yo pienso que vamos a chocar de frente contra otro camión. O que nos vamos a incrustar en uno de los árboles que bordean la ruta. Que nunca vamos a llegar sanas y salvas a ningún lugar, que nuestros cuerpos van a quedar tirados durante horas a merced de las hormigas y de los caranchos.

Pero sigo hablando.

-Y entonces llegaron los italianos. Eran unas pocas familias y se instalaron por la zona de los molles. Fines del siglo diecinueve, creo.

Lentamente, los camiones van quedando atrás. Ya estamos cerca del puente y pronto voy a estar otra vez en mi casa, mi pequeño apartamento frente al parque. Después de horas de sacudidas, baches y curvas, añoro el retorno a la agradable rutina cotidiana. Una ducha relajante, una copa de vino, una novela.

Desde que volvió al país, Maite ha pasado muchas horas negociando con todos los viejos y jóvenes de la familia. Aunque su especialidad son los números, no es la codicia lo que la impulsa. Pienso que está intentando cerrar un capítulo, con la ilusión de poner orden en nuestro pasado y saldar esas deudas que todavía quedan pendientes. Cuentas claras. Pagar y cobrar lo que corresponde, ni más ni menos. Y cree que para eso alcanza con manejar un buen programa de contabilidad. Es obvio que está muy satisfecha con el resultado de sus gestiones, pero no sabe que cuando los escribanos revisen los papeles van a notar que aún, siempre, hay detalles sin resolver. Trámites inconclusos o impuestos atrasados para pagar. O alguien que se niega a firmar porque hace décadas que está peleado a muerte con otro alguien que también tiene que firmar.

- Casilda, la hermana mayor de Constancia, fue la primera de nosotros en casarse con uno de los Mastropiero.

Cuando esos pequeños, inofensivos e interminables secretos salgan a la luz, Maite ya estará de vuelta en el hemisferio norte. En su vida real, donde creo que trabaja en un banco, o para un banco. O contra un banco, nunca terminé de escuchar la historia completa. Y en algún momento tendré que avisarle que toda la operación ha vuelto a postergarse. A estancarse, indefinidamente. Que algunos escribanos renunciaron, derrotados por nuestras entreveradas líneas sucesorias, que este capítulo no está por cerrarse y que los papeles se traspapelaron, una vez más.


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