Cuando
Laura conoció a Laura, todo comenzó a cobrar sentido. Se encontraron un viernes
de abril, leyendo una novela. En realidad, hacía años que Laura sospechaba de
la existencia de Laura. Sobre todo desde aquella vez en que creyó vislumbrar su
sombra en un recodo de la escalera, cuando aún vivía en la casa de sus padres. Bajaba a cenar, después de haber pasado la tarde en su dormitorio, y fue
ahí, en un instante entre el quinto y el sexto escalón, que le pareció ver a
Laura. Pero como nunca estuvo muy segura, no se decidió a comentarlo con nadie.
Y ahora, casi veinte años después, ambas se miraron frente a frente. Aunque
esto no es estrictamente cierto. A decir verdad, se observaron más bien de soslayo. Laura, que era un
tanto reservada, se hizo la distraída. En cambio Laura, cuyos modales dejaban
algo que desear, se mostró bastante abierta. Ellas hubieran querido conversar
un rato, pero ¿de qué? ¿Acaso tenían algo en común? Todo indicaba que sí, pero
la experiencia le había enseñado a Laura, y probablemente a Laura también, que
nada es seguro en este mundo.
*
Tras varios meses
de charlas discontinuas y sin mucha sustancia, Laura siente la fuerte tentación
de hacer algún que otro reproche. Eres demasiado fría, le dice. Laura
no contesta. Permanece en silencio, absorta en el rumor de las hojas secas
arrastradas por el viento.
Mi
frialdad es una construcción, confiesa unos cuantos días después. Pero
L no la escucha, está ocupada corrigiendo la entreverada sintaxis de L,
que pretende publicar un cuento que Laura encuentra aceptable. Bastante bueno,
incluso, podría decirse. Al menos tiene un comienzo original, aunque tal vez un
crítico sutil diría que al transcurrir las páginas la trama se va desgranando
sin remedio hasta desintegrarse poco antes del final.
Siempre
le ha gustado escribir. Escribe cuentos breves. Tan breves, que a veces no
tienen principio ni fin. Ni trama, ni personajes. Cuando hace gestiones para
publicarlos, los editores la miran entre compadecidos y desconcertados.
*
En otro orden de
cosas, deberíamos aclarar, a esta altura de la página, que Laura está enamorada
de Jota. Laura, en cambio, no. L, que es más joven y, por qué no decirlo,
algo ingenua, encuentra aspectos interesantes en la personalidad de este
profesor de historia que dedica la mayor parte del día a manejar un taxi. Sin
embargo, L es la única que percibe con claridad el peligro que Jota entraña
para su propia existencia. De modo que todo varía según Jota se encuentre con
L, o con L.
Mientras
hace el amor con Jota, lentamente, casi distraídamente –ése es su estilo-,
L piensa en X. Y aunque no sabemos con certeza dónde está X en este
momento, no podemos resistir la tentación de sugerir algunas hipótesis. Por
ejemplo, X está en su casa. Si es así y dada la hora –a L y a Jota les
gusta hacer el amor en la madrugada- lo más probable es que X esté durmiendo.
No es habitual que se levante antes de las ocho. Su empleo en una galería de
arte no le exige más que una presencia ocasional e intermitente, y sólo durante
la tarde. Si, en cambio, está en la casa de Z –y esto es lo más verosímil ya
que hoy es jueves- también es probable que esté durmiendo. Soñando con L,
tal vez. O tal vez, quién sabe, con alguna otra. No con Z, eso es seguro,
porque la tiene a su lado.
Aunque a
nosotras, las narradoras, nos cueste admitirlo, es muy común que L piense
en X cuando hace el amor con Jota. Sospechamos, también, que X sueña con ella más de lo estrictamente apropiado. No sabemos –porque no somos del todo
omniscientes- qué es lo que pasa con Jota y con Z –cada uno por su lado-. Es
probable que ambos –cada uno por su lado- sueñen, piensen, fantaseen e incluso
alucinen con otros personajes que aún no conocemos. De todos modos, no está de
más aclarar que cuando llega la hora de acostarse, cada uno lo hace en la cama
que le corresponde. Cualquier otra opción sería, en opinión de algunas de
nosotras, de mal gusto.
*
Sin embargo, hay
entre las narradoras una minoría que cree, o creemos, que este texto sería más
divertido si X y L se encontraran a solas alguna vez, lejos de la discreta
pero implacable vigilancia de Jota. Y de Z. El problema que surge aquí es que
L es algo perezosa a la hora de llevar sus fantasías a la práctica. Además,
la experiencia le ha enseñado que la práctica no suele estar a la altura de las
fantasías. Sobre todo cuando interviene algún personaje que está fuera del
control de su imaginación. Como X, que seguramente tiene sus propias expectativas
acerca de las cosas. De las cosas en general y de L en particular. Un
encuentro entre ellos en el plano de la realidad –de la realidad virtual,
claro- tendría derivaciones insospechadas sobre las que las narradoras no
logramos ponernos de acuerdo. Lo más sensato sería, entonces, que cada una de
nosotras escribiera su propia versión del asunto. Pero esto es más fácil
decirlo que hacerlo.
Ahora bien, ¿qué
opina Jota de esta problemática? Todavía está ofendido porque L le
prometió acompañarlo a México y luego L se retractó sin darle
explicaciones. Las narradoras hemos observado que Jota se comunica bastante
bien con L en lo que a actividades sociales y culturales se refiere. Ambos
comparten una rara afición por el teatro mediocre, el buen cine y la música
extravagante. En cambio, a la hora de hacer el amor, Jota se entiende mejor con
L. Así lo demuestran sus prácticas nocturnas, y a veces diurnas. Nuestra conclusión es que Jota, si
puede encontrarse con Laura aunque sea una vez cada tanto, se declara
satisfecho. Ya ha comprendido que no es prudente esperar demasiado de ellas.
*
Y aquí es que se
abre un abanico de posibilidades.
L, que
prefiere mantenerse a una prudente distancia de cualquier controversia, opina
que para superar este equívoco todas deberían, o deberíamos, tener en cuenta la
noción de realidad. O algo así. Lo que no podemos saber es si cuando ella dice
realidad, quiere decir realidad o, por el contrario, realidad. L es algo enigmática y las narradoras no siempre logramos comprenderla. Y su respuesta
a esta observación, por no decir esta crítica, es tan ambigua, que hemos
decidido pasarla por alto.
Para peor, en
este preciso instante L tiene sueño. Y sueño, que no es lo mismo.
*
En términos
generales y para tranquilidad de todas, podemos afirmar que L ha llegado a
entenderse bastante bien con L. A las dos les gusta leer, caminar, etcétera.
Entre las pocas diferencias que subsisten, está el hecho de que L se guía
por el calendario solar mientras que L lo hace por el lunar. Sus horas
armonizan, a su manera, con las de la civilización occidental y cristiana. Las
suyas, en cambio, se desvían un poco, no demasiado, sólo lo suficiente como
para generar un leve desajuste. Por ejemplo, los lunes a las ocho de la mañana,
cuando es imperativo que L marque tarjeta en la oficina en la que desde
hace algunos años transcurre la tercera parte de su vida biológica y casi la
mitad de su vida consciente, puede ocurrir que para L sea necesario dormir,
o escribir, o cantar. Ella, que observa este conflicto sin involucrarse
demasiado, opina que, bueno, lo que opina no es muy relevante que digamos.
Cuando esta
situación amenaza volverse insostenible, L emigra. Casi imperceptiblemente,
con discreción y elegancia, se desliza hacia L. Como esto acontece bastante
a menudo, ella trata de mantenerse siempre cerca de la frontera.
*
Para terminar,
anotemos que hace ya unos días que a L le cuesta conciliar el sueño.
Algunos detalles peculiares le han sugerido la posibilidad, un tanto
inquietante por cierto, de que L esté muerta. Ahora bien, ¿cuál es el real
alcance de la frase: L está muerta? Si es que lo está, claro. Ya otras
veces ha pasado que ella desaparece por un tiempo y cuando ella está pensando
lo peor –o lo mejor, eso depende de la perspectiva, que a su vez depende del
estado de ánimo del momento- ella reaparece. Esto la ha llevado a sentir una
insuperable desconfianza hacia el lenguaje.
En resumen: Laura
quiere morir pero Laura no. A veces. O Laura quiere que Laura muera. Siempre.
Pero eso, en
definitiva, ¿a quién le importa?
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