sábado, 8 de diciembre de 2018

Espejos y espejismos


 




            Cuando Laura conoció a Laura, todo comenzó a cobrar sentido. Se encontraron un viernes de abril, leyendo una novela. En realidad, hacía años que Laura sospechaba de la existencia de Laura. Sobre todo desde aquella vez en que creyó vislumbrar su sombra en un recodo de la escalera, cuando aún vivía en la casa de sus padres. Bajaba a cenar, después de haber pasado la tarde en su dormitorio, y fue ahí, en un instante entre el quinto y el sexto escalón, que le pareció ver a Laura. Pero como nunca estuvo muy segura, no se decidió a comentarlo con nadie. Y ahora, casi veinte años después, ambas se miraron frente a frente. Aunque esto no es estrictamente cierto. A decir verdad, se observaron más bien de soslayo. Laura, que era un tanto reservada, se hizo la distraída. En cambio Laura, cuyos modales dejaban algo que desear, se mostró bastante abierta. Ellas hubieran querido conversar un rato, pero ¿de qué? ¿Acaso tenían algo en común? Todo indicaba que sí, pero la experiencia le había enseñado a Laura, y probablemente a Laura también, que nada es seguro en este mundo.


                                                           *


Tras varios meses de charlas discontinuas y sin mucha sustancia, Laura siente la fuerte tentación de hacer algún que otro reproche. Eres demasiado fría, le dice. Laura no contesta. Permanece en silencio, absorta en el rumor de las hojas secas arrastradas por el viento.
            Mi frialdad es una construcción, confiesa unos cuantos días después. Pero L no la escucha, está ocupada corrigiendo la entreverada sintaxis de L, que pretende publicar un cuento que Laura encuentra aceptable. Bastante bueno, incluso, podría decirse. Al menos tiene un comienzo original, aunque tal vez un crítico sutil diría que al transcurrir las páginas la trama se va desgranando sin remedio hasta desintegrarse poco antes del final.
Siempre le ha gustado escribir. Escribe cuentos breves. Tan breves, que a veces no tienen principio ni fin. Ni trama, ni personajes. Cuando hace gestiones para publicarlos, los editores la miran entre compadecidos y desconcertados.

           

                                                           *


En otro orden de cosas, deberíamos aclarar, a esta altura de la página, que Laura está enamorada de Jota. Laura, en cambio, no. L, que es más joven y, por qué no decirlo, algo ingenua, encuentra aspectos interesantes en la personalidad de este profesor de historia que dedica la mayor parte del día a manejar un taxi. Sin embargo, L es la única que percibe con claridad el peligro que Jota entraña para su propia existencia. De modo que todo varía según Jota se encuentre con L, o con L.
            Mientras hace el amor con Jota, lentamente, casi distraídamente –ése es su estilo-, L piensa en X. Y aunque no sabemos con certeza dónde está X en este momento, no podemos resistir la tentación de sugerir algunas hipótesis. Por ejemplo, X está en su casa. Si es así y dada la hora –a L y a Jota les gusta hacer el amor en la madrugada- lo más probable es que X esté durmiendo. No es habitual que se levante antes de las ocho. Su empleo en una galería de arte no le exige más que una presencia ocasional e intermitente, y sólo durante la tarde. Si, en cambio, está en la casa de Z –y esto es lo más verosímil ya que hoy es jueves- también es probable que esté durmiendo. Soñando con L, tal vez. O tal vez, quién sabe, con alguna otra. No con Z, eso es seguro, porque la tiene a su lado.
Aunque a nosotras, las narradoras, nos cueste admitirlo, es muy común que L piense en X cuando hace el amor con Jota. Sospechamos, también, que X sueña con ella más de lo estrictamente apropiado. No sabemos –porque no somos del todo omniscientes- qué es lo que pasa con Jota y con Z –cada uno por su lado-. Es probable que ambos –cada uno por su lado- sueñen, piensen, fantaseen e incluso alucinen con otros personajes que aún no conocemos. De todos modos, no está de más aclarar que cuando llega la hora de acostarse, cada uno lo hace en la cama que le corresponde. Cualquier otra opción sería, en opinión de algunas de nosotras, de mal gusto.


                                                           *


Sin embargo, hay entre las narradoras una minoría que cree, o creemos, que este texto sería más divertido si X y L se encontraran a solas alguna vez, lejos de la discreta pero implacable vigilancia de Jota. Y de Z. El problema que surge aquí es que L es algo perezosa a la hora de llevar sus fantasías a la práctica. Además, la experiencia le ha enseñado que la práctica no suele estar a la altura de las fantasías. Sobre todo cuando interviene algún personaje que está fuera del control de su imaginación. Como X, que seguramente tiene sus propias expectativas acerca de las cosas. De las cosas en general y de L en particular. Un encuentro entre ellos en el plano de la realidad –de la realidad virtual, claro- tendría derivaciones insospechadas sobre las que las narradoras no logramos ponernos de acuerdo. Lo más sensato sería, entonces, que cada una de nosotras escribiera su propia versión del asunto. Pero esto es más fácil decirlo que hacerlo.
Ahora bien, ¿qué opina Jota de esta problemática? Todavía está ofendido porque L le prometió acompañarlo a México y luego L se retractó sin darle explicaciones. Las narradoras hemos observado que Jota se comunica bastante bien con L en lo que a actividades sociales y culturales se refiere. Ambos comparten una rara afición por el teatro mediocre, el buen cine y la música extravagante. En cambio, a la hora de hacer el amor, Jota se entiende mejor con L. Así lo demuestran sus prácticas nocturnas, y a veces diurnas. Nuestra conclusión es que Jota, si puede encontrarse con Laura aunque sea una vez cada tanto, se declara satisfecho. Ya ha comprendido que no es prudente esperar demasiado de ellas.


                                               *


Y aquí es que se abre un abanico de posibilidades.
L, que prefiere mantenerse a una prudente distancia de cualquier controversia, opina que para superar este equívoco todas deberían, o deberíamos, tener en cuenta la noción de realidad. O algo así. Lo que no podemos saber es si cuando ella dice realidad, quiere decir realidad o, por el contrario, realidad. L es algo enigmática y las narradoras no siempre logramos comprenderla. Y su respuesta a esta observación, por no decir esta crítica, es tan ambigua, que hemos decidido pasarla por alto.
Para peor, en este preciso instante L tiene sueño. Y sueño, que no es lo mismo.


                                               *


En términos generales y para tranquilidad de todas, podemos afirmar que L ha llegado a entenderse bastante bien con L. A las dos les gusta leer, caminar, etcétera. Entre las pocas diferencias que subsisten, está el hecho de que L se guía por el calendario solar mientras que L lo hace por el lunar. Sus horas armonizan, a su manera, con las de la civilización occidental y cristiana. Las suyas, en cambio, se desvían un poco, no demasiado, sólo lo suficiente como para generar un leve desajuste. Por ejemplo, los lunes a las ocho de la mañana, cuando es imperativo que L marque tarjeta en la oficina en la que desde hace algunos años transcurre la tercera parte de su vida biológica y casi la mitad de su vida consciente, puede ocurrir que para L sea necesario dormir, o escribir, o cantar. Ella, que observa este conflicto sin involucrarse demasiado, opina que, bueno, lo que opina no es muy relevante que digamos.
Cuando esta situación amenaza volverse insostenible, L emigra. Casi imperceptiblemente, con discreción y elegancia, se desliza hacia L. Como esto acontece bastante a menudo, ella trata de mantenerse siempre cerca de la frontera.


                                               *


Para terminar, anotemos que hace ya unos días que a L le cuesta conciliar el sueño. Algunos detalles peculiares le han sugerido la posibilidad, un tanto inquietante por cierto, de que L esté muerta. Ahora bien, ¿cuál es el real alcance de la frase: L está muerta? Si es que lo está, claro. Ya otras veces ha pasado que ella desaparece por un tiempo y cuando ella está pensando lo peor –o lo mejor, eso depende de la perspectiva, que a su vez depende del estado de ánimo del momento- ella reaparece. Esto la ha llevado a sentir una insuperable desconfianza hacia el lenguaje.
En resumen: Laura quiere morir pero Laura no. A veces. O Laura quiere que Laura muera. Siempre.
Pero eso, en definitiva, ¿a quién le importa?


No hay comentarios:

Publicar un comentario