martes, 6 de agosto de 2019

LA MISMA HISTORIA, OTRA VEZ


 



     Gastos generales a Caja. Mercado Papelero, Factura de Crédito Nº 145783. Trescientos veinte pesos, impuestos incluidos. Desglose del Iva. Combustible a Caja. Estación Capurro, Factura Nº 338546. Quinientos pesos. No lleva Iva. Mercaderías a Acreedores Varios. Tuilex, Factura Nº 47362. Dos mil cuatrocientos. ¿Descuentos? Ah, sí, siete por ciento. Borra la columna anterior y corrige el asiento. Se pone los lentes para ver mejor el número del siguiente comprobante. La última cifra parece un seis. O un ocho. ¿Lapiceras? En el estante debajo de la caja. Si no, junto a la calculadora. Tres y veinte. A las cuatro un descanso de treinta minutos.

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     Tiene en sus manos un pasaporte de la unión europea. Sueña con irse a cualquier lugar del mundo. Juega con el globo terráqueo, lo hace girar sobre su eje y entrecierra los ojos. Haciendo trampa, elige un punto al azar. Roma.
     Retoma sus clases de italiano, cursos intensivos de conversación en un instituto vinculado a la embajada. Relee a Antonio Tabbuchi, frecuenta los titulares de La Repubblica, estudia la geografía de las diversas regiones.
     Quebrantos a Caja.
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Intereses a Pérdidas. Junio siempre es un mes difícil, comenta Cecilia por tercera vez en lo que va de la tarde. No hay de qué preocuparse, todas las empresas tienen altibajos. ¿Quién va a pintar la casa con esta humedad?  Con lo que han vendido en la semana les alcanza para cubrir la cuenta del banco, pero sus magros sueldos tendrán que esperar. No importa, ella puede pedir auxilio a sus abuelos, Cecilia siempre tiene algo ahorrado. Es por unos días nomás, cuando llegue la primavera la economía se reactivará.
     La empresa fue una idea de Cecilia, y la mitad del dinero. Ella consiguió la otra mitad, un préstamo familiar a bajo interés. A ningún interés, en realidad. Y para ser sincera, no retornable. No necesariamente, al menos.
     Esto es sólo por un tiempo, piensa, hasta que decida qué es lo que en realidad quiere hacer. Viajar, sí. Pero más adelante. Por ahora, el proyecto es mantener la empresa, hacer un poco de dinero para después venderla y liberarse de las rutinas contables. Y entonces dedicarse, sí, a su verdadera vocación. Pero antes debe definir con mayor claridad cuál es su verdadera vocación.
     Le faltan dos exámenes para terminar su carrera, pero nunca se decide a darlos. A medida que pasa el tiempo, se siente cada vez más insegura. Antes de recibirse, quisiera probar algo distinto. Le gusta leer, le gustan los idiomas -menos el francés, claro-. También aprecia la música clásica. Practica violín durante unos meses con un profesor alcohólico y depresivo del que no tarda en enamorarse. Y en olvidar.
     ¿Traductorado? ¿Antropología? Prueba un año aquí, otro año allá. Vive de la pequeña empresa que no prospera, pero tampoco se funde. Una nave siempre a punto de naufragar. Gracias al empeño de Cecilia, devuelven una parte del préstamo; una cuota cada tanto, nadie las apremia. Bibliotecología, tal vez. Pero antes un curso intensivo de administración, para llevar los números. Su profundo conocimiento del latín medieval no le es muy útil a la hora de desglosar los impuestos. Cecilia asiste a un taller de decoración y arma las vidrieras con gracia, con elegancia incluso.

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París. Parigi. Lutecia. Firenze. Londinium. Roma. Florencia. Londres. Roma.

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Era sobresaliente, cuando niña. Las maestras la felicitaban, los profesores la elogiaban, todos la aplaudían.
A veces se pregunta cómo fue que las cosas pasaron de la forma en que pasaron. Cuándo fue que todo comenzó a derivar hacia donde derivó.
Gastos generales a Caja. Caja a Deudores Varios.
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Le quedan dos exámenes para terminar la licenciatura. Y un trabajo monográfico sobre el latín en el dominio indoeuropeo. Pero hace un año el Claustro introdujo un nuevo plan de estudios y su situación podría haber variado. Va a la Facultad y consulta con el secretario adjunto. El sistema actual la perjudica en algunos aspectos, la beneficia en otros. Por ejemplo, ahora le sobran materias, como filología románica, pero debe hacer un curso de historia. Antigua, moderna, medieval, no importa. Podría atenerse al viejo plan, sí, claro, pero no hay profesores que puedan examinarla en las asignaturas que ya no se exigen. ¿Z? Se jubiló hace unos meses. X falleció, ¿no se había enterado?
El secretario adjunto es muy amable, la atiende con deferencia, con interés incluso. El currículo que tiene ante sus ojos es el de una alumna brillante. Lástima que no haya dado esas pruebas cuando hizo los cursos. Ella toma nota de las diversas alternativas que él le presenta, lo va a pensar y volverá. Sí, claro, sería una pena abandonar ahora. Mientras conversan, se siente algo incómoda porque no logra recordar, por más esfuerzos que hace, el nombre del Decano recientemente electo. Un apellido vasco, de eso está segura. Con erres y zetas. Se despide por fin del amable secretario adjunto y se dirige a la salida.
Atraviesa un interminable pasillo repleto de estudiantes que le parecen demasiado jóvenes, mientras busca inútilmente una cara conocida.

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La empresa no prospera, tampoco se funde. Flota, navega un poco a la deriva, zozobra, escorada, sin terminar de naufragar. Cecilia arma las vidrieras, arregla los muestrarios, desarma las vidrieras, vuelve a arreglar los muestrarios, cambia los exhibidores de lugar, coloca pequeños adornos en sitios estratégicos. Además, negocia con los proveedores y regatea con los clientes.
Banco República, cheque Nº 415723. Ella lleva los números, con cierta laxitud. Sus arqueos de caja son algo erráticos, los saldos no siempre dan lo que tienen que dar. A veces sobra, a veces falta, nunca demasiado.
Quebrantos a Caja.

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La fermental conversación con el amable secretario adjunto ha decidido a la alumna brillante a graduarse de una vez por todas. Obtendrá su título, resuelve, aunque se trate de un título que, ya lo sabe, no es muy útil en el campo laboral. Y menos en su pequeña empresa de equipamientos para baño y cocina. Debería arriesgarse a dejar el país, piensa mientras envuelve para regalo una bonita jabonera con forma de pez arco iris. Podría irse a California –Patricia está en Berkeley-. O a Pennsylvania. Carmen le ha escrito que es hermoso el otoño en Philadelphia. Piensa en la posibilidad de tomarse unas semanas e ir a visitarla, pero antes debería terminar el cursillo de iluminación artística que acaba de empezar.
Acreedores Varios a Caja.
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Él era el novio de su mejor amiga. Ella se había puesto una solera blanca que realzaba sus hombros bronceados. Aún recuerda las luciérnagas titilando en la oscuridad. La Pedrera, una noche de verano.

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Deudores a Pérdidas.
Ella no siempre paga sus deudas. Hay deudas que aún no ha logrado pagar. No encuentra la moneda adecuada. Hasta los veinte años, era una promesa. Después, no sabe qué fue lo que pasó. Un pequeño desvío en el camino, una vacilación en un momento crucial, un tropiezo cuyas consecuencias comenzaron a ramificarse como un cáncer. Un error que derivó en metástasis.

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            El abuelo la escucha. Para ser sincera, ella no está convencida de que él realmente la escuche. Está sentado en su sillón, la mira, parece prestar atención a sus palabras. Los dos saben que él va a decir que sí. Un pequeño préstamo adicional. Para contratar una administrativa que la suplante por unas horas en la empresa. Así ella podrá empezar un curso de Archivos Culturales que, por suerte, es gratis. Además, una amiga –Mónica Marins ¿te acordás?-  hizo ese mismo curso y poco después encontró un empleo maravilloso en Berlín. Y no hablaba el alemán tan bien como ella.
La palabra Berlín sonó como una campana. Berlín, Londres, Roma.

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            Cecilia se ha cruzado con Claudia en el super y Claudia le ha comentado que tal vez, no es seguro aún, se decida por fin a cambiar la grifería de la cocina. Y que tal vez, sólo tal vez, pase el sábado por la mañana a comprarla. Cecilia ya cuenta el valor de esa grifería en los ingresos de la semana. Hace cuentas y más cuentas en su calculadora, mientras ella trata inútilmente de mantener encendida una varita de incienso. Si suman esa hipotética venta a la también hipotética cobranza de la cuenta vencida del Dr. Gómez, que prometió pasar entre jueves y viernes, podrían pagar la factura del teléfono con apenas cuatro días de atraso.

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Normal, común y corriente, ubicada. Normal, como todo el mundo. Los sábados de noche, a bailar. A los lugares de moda, la música de moda, con los chicos de moda. Por esos años, su madre sueña verla casada con un estanciero. Su padre, con un contador. Ella se enamora del jardinero.
Incobrables a Pérdidas.
Él es de afuera, le dicen el pampa. A ella le gusta su piel oscura, curtida por el sol y por el frío. No van a los lugares de moda, adonde va todo el mundo. Se encuentran a escondidas en lugares sórdidos. Pensiones de la ciudad vieja, con las paredes descascaradas por la humedad y manchas de moho en el cielorraso. Les dice a sus padres que se queda a dormir en lo de Anna.

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            Una amiga de Cecilia le comentó que... A ella le parece una historia más bien inverosímil, pero nunca se sabe... ¿con el ginecólogo, te dijo...? Y este mismo verano, en La Paloma. Cecilia se interrumpe y salta de su asiento para atender a un cliente que se demora en la entrada, mirando los muestrarios. En pocos minutos logra venderle un costoso artefacto para el baño, un juego de grifos dorados que simulan una pequeña fuente parisina. O versallesca. Made in China, claro. Cecilia acompaña a su cliente hasta la puerta, tratando de incrementar su venta con un lavatorio estilo grecorromano -también made in China- para colocar debajo del frondoso manantial doméstico que acaba de adquirir. Pero el hombre se muestra renuente. Otro día, tal vez.

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Amarelo, branco, rosso. Podría terminar su licenciatura en alguna universidad de San Pablo. Y después, empezar un doctorado. Laranja, preto. Eso fue lo que hizo Alejandra y ella sabe, porque se lo contó Jazmín cuando se encontraron en el estreno de Las Troyanas, que Alejandra está muy contenta. Ahora trabaja en la Universidad Federal de Río de Janeiro y está enamorada de un carioca. Vermelho, cinza, azul. Tendría que averiguar, piensa, mientras trata de imprimir un anticipo del balance.

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Fue una mañana de agosto, una mañana fría de un domingo de agosto, muchos años después, cuando comprendió. Estaba pasando el plumero por las molduras del cielorraso de su dormitorio, haciendo equilibrio sobre una destartalada butaca de patas desparejas, cuando comprendió. Entendió, se dio cuenta.
Ya era tarde.

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